Juliette regresa por un tiempo indefinido a su ciudad natal. Hipocondríaca y con  intermitentes ataques de angustia, espera encontrar cierta tranquilidad junto a su familia. Nadie se acuerda de ir a la estación a buscarla y la joven afincada en París, recorre las calles de la ciudad de provincias que la vio crecer hasta llegar a casa de su padre. En los días siguientes Juliette intenta retomar cierta cotidianidad con su hermana mayor, sus sobrinos o su madre. Va a visitar a su anciana abuela enferma de alzheimer y deambula por las calles buscando algo a lo que aferrarse. Con esa intención llega a la casa que en la que creció y que ahora ocupa un desaliñado y desorientado cuarentón llamado Polux.

La complejidad y las contradicciones de las relaciones familiares y amistosas disfrazadas de simpleza y cotidianidad son los ejes sobre los que la ilustradora reconvertida a la novela gráfica Camille Jourdy articula esta comedia humana en la que la misma autora dice reconocerse en todos los personajes principales. Algunos hacen flanes, otros exploran su creatividad plástica, alguien tiene un nuevo amante y hay quien escribe cartas de amor anónimas que reparte aleatoriamente por buzones desconocidos y cuida de un pato perdido. Todo huidas hacia adelante en un pequeño universo en el que el tiempo parece ir más lento y que no ayuda a Juliette a salir de lo que su nuevo amigo Polux llama la “dimensión trágica”.
De línea simple y clara, los dibujos color pastel de Jourdy son precisos y muy descriptivos. Gestos, miradas y lenguaje no verbal quedan plasmados en cientos de viñetas de una fuerza narrativa casi cinematográfica. No es de extrañar que su anterior trabajo Rosalie Blum ya cuente con su adaptación a la gran pantalla.