Padre e hijo cíclopes en una travesía por el desierto que se cruzan con un insecto gigantesco. Canibalismo y visiones en torno a un balón de fútbol. Una secta de animales antropomórficos y sus sacrificios. Las visiones de una anciana conectada a una extraña máquina. La venganza de una cobra iluminada. Estas son algunas de las escenas que se pueden encontrar en Un millón de años, el nuevo trabajo de David Sánchez (Madrid, 1977). Han pasado cinco años desde La muerte en los ojos para que volvamos a quedar profundamente perturbados tras la nueva travesía que nos propone el autor.
Un millón de años es un nuevo giro de tuerca en el particular imaginario de David Sánchez, eso sí, sin romper con su ya característico estilo de anteriores trabajos.
Armado a través de cinco relatos cortos, Sánchez presenta lo que bien podría ser la base teológica de una nueva religión nacida en unos páramos post-apocalípticos a medio camino entre los escenarios de Mad Max y el desierto de Tabernas. Pero el universo de Un millón de años está mucho más allá, poblado por multitud de seres inquietantes; insectos gigantes, cíclopes, mutantes, animales antropomórficos diversos, no se sabe si producto de una evolución cruel o de un universo paralelo. Como en sus anteriores propuestas aquí vuelven a aparecer los lugares comunes de su particular universo siempre lleno de situaciones bizarras, violencia seca, y un sutil humor malsano. Aunque en esta ocasión la estructura narrativa juega menos con el lector que en Tú me has matado (2010) (dónde había juegos elípticos) o en No cambies nunca (2012) y la narración es mucho más directa y austera. Sánchez se atreve incluso a abrir caminos para la reflexión: aquí aparecen temas subyacentes como el origen y la utilidad de la religión, la paternidad, el futuro, la condición humana….casi nada.
Apoyado en su habitual línea clara -que inevitablemente recuerda al Charles Burns de Tóxico- pero simplificando el contexto y los fondos a la mínima expresión con (el omnipresente desierto, paraje favorito del autor mucho menos amable que el desierto metafísico de Moebius) lo que le permite dotar de más fuerza si cabe la fisionomía del impresionante catálogo de personajes que habitan las páginas de este libro. Personajes que en apariencia tienen poco de humano pero que en cambio muestran en sus comportamientos los tics más sombríos y reconocibles de la condición humana. Y para dar más extrañeza al conjunto ese desierto está lleno de objetos cotidianos: teléfonos de rueda, taladros, balones de fútbol gastados por el uso.

Una aproximación a la religión y al vacío post-apocalíptico anclada en el personal universo del autor. David Sánchez crea un tebeo que parece una perfecta yuxtaposición a los planteamientos de la línea de los primitivos cósmicos. A diferencia de las aproximaciones de autores como Johnny Ryan, Jesse Jacobs o Jesse Moynihan, donde el enfoque de lo divino es directa a través de los dioses y la violencia es un elemento casi lúdico- propone aquí mediante su dibujo aséptico, pluscuamperfecto y apoyado en la paleta de colores de los clásicos europeos, un curioso artefacto que entra de maravilla pero que al mismo es capaz de provocar sacudidas y cierta incomodidad, donde la violencia es cruel, como destilada por la propia naturaleza humana. Apabullante, otra vez.