Zerocalcare (Arezzo, Italia, 1983) lo ha vuelto a hacer, y otra vez con una facilidad insultante. El autor de Rebibbia, teje una historia llena de puertas o capas por donde va dejando pistas como si fueran migas de pan, para al final montar su truco de magia y volver a dejarnos boquiabiertos, emocionados y, cómo no… satisfechos. Y lo hace con pasión y emoción, desnudándose para nosotros sin vergüenza y enfrentándose, una vez más, a sus miedos habituales. Es significativo, por ejemplo, el momento en que  su retrato real (lejos de su conocida caricatura) le escupe frente al espejo : una toma de conciencia bastante reveladora.

Zero acompañará a su padre —también conocido como progenitor 1— a un pequeño pueblo de las Dolomitas de donde es originario. Un secreto surgido durante su infancia se irá extendiendo como una niebla, hasta ocupar todo el poco espacio de comunicación que conservan como padre e hijo. Esta incomunicación es precisamente uno de los pilares de la obra: una lucha contra su incapacidad para verbalizar sus angustias y, por supuesto, su deseo de afecto.

Por otro lado, otro secreto nos remonta a antes de la Segunda Guerra Mundial, cuando la convivencia en el pequeño pueblo y en su entorno se vuelve amarga y se va corrompiendo poco a poco, hasta enquistarse en un hilo que, incomprensiblemente, llegará hasta nuestros días.

Para quienes ya conocemos al autor, nos reencontraremos aquí con ese dibujo caricaturesco, animado y simpático, que esconde un humor sutil y cínico, ácido y brillante. Su característica narración ágil y rítmica nos hace saltar de página en página sin darnos cuenta. Y para quienes aún no lo conocéis: enhorabuena, ¡vais a hacer un gran descubrimiento!

Nos encontramos ante uno de los grandes autores del momento, y en plena forma. ¡Celebrémoslo!