En la última edición del Graf en Barcelona, un reducido grupo de autoras y dibujantes participaron en un taller impartido por el belga Olivier Schrauwen (Brujas 1977). 13 millones de naves le pidió a uno de los asistentes, Jaume Pallardó (Valencia 1978), autor de La muerte rosa y El régimen de Pleksy-Gladsz, una crónica de la sesión. Estas son sus impresiones:
Durante las jornadas de Graf en Barcelona tuve la oportunidad de acudir a un taller de Olivier Schrauwen, eramos unos 12 o 13 asistentes, todos ellos dibujantes. A petición de 13 Millones de Naves, comento la experiencia.
Olivier había pedido que trajésemos muestras de nuestro trabajo. Advirtió que no iba a ser un taller de “hacer cosas” o de “dibujar cosas”, que iba a hablarnos de su trabajo y luego valoraría lo que le habíamos traído.
Descubrí el trabajo de Olivier Schrauwen cuando Fulgencio Pimentel sacó el primer tomo de la trilogía de Arséne Schrauwen (Fulgencio Pimentel, 2014). Me pareció brutal. Partiendo de una premisa minimalista en cuanto a color y dibujo, el cómic juega con esos pocos elementos para crear una rica paleta de recursos expresivos, que utiliza para contar la loca y divertida historia del abuelo y su viaje a las colonias. Se intuye en este cómic una voluntad de experimentación gráfica extrema, que, sin embargo, no entierra la historia que quiere contar.

Foto: Francisco Riolobos

Creo que es lo que le pasa a autores se centran mucho en el experimento gráfico, no digo que esto sea malo, pero generalmente esto les es impide profundizar en el relato que están contando, que queda sugerido, es muy simple o minimalista. En el caso de Schrauwen hay de todo, por un lado hay experimentación en la forma, “gags gráficos” y atrevimientos en la manera de abordar las viñetas, y por otra parte, hay un relato que avanza, y que nos atrapa . El resultado es muy interesante ya que la historia que cuenta, al tener un punto surrealista encaja con el juego gráfico que propone, es una lectura estimulante y una clase magistral de cómic en la que se exploran todas las posibilidades del medio.
Cuando uno acude a este tipo de seminarios impartidos por un maestro del cómic, trata de averiguar el origen de su talento. El camino que le lleva a la fuente sagrada de las buenas ideas. Obviamente esto es imposible, un autor puede hablar de su método de trabajo, de sus técnicas o de su inspiración, los asistentes podemos robar un par de ideas que nos puedan venir bien, contagiarnos de su energía, pero las ideas (buenas o malas) las encontramos, cada uno por su cuenta, en la soledad de la mesa de dibujo.
Esa fue la sensación que tuve en el taller de Olivier Schrauwen, el desparpajo para la experimentación gráfica que se puede ver en sus cómics costó encontrarlo en la persona; hablaba más bien poco, no sé si por timidez o por no encontrarse del todo a gusto en un entorno más formativo. A pesar de lo poco que habló, sí que se intuía la pasión por lo que hacía, una pasión que le producía a la vez placer y quebraderos de cabeza. Constatar esto de cerca, para cualquier persona que se pelee diariamente con las viñetas, ya vale la pena por su valor terapéutico.
Primero nos enseño sus originales y nos mostró láminas de diferentes libros o proyectos editados por él. Eran casi todos folios DinA3 (los compraba en paquetes, los más baratos y de peor calidad, dijo). La mayoría estaban dibujados a lápiz, en portaminas. Algunos de ellos tenían el texto recortado y pegado. Comentó que tenía una vieja maquina de risografía en casa y que en sus inicios había ido imprimiendo con ella sus cosillas. Acostumbrado a trabajar por capas de impresión, coloreaba en hojas distintas, calcadas de la que tenía el dibujo, como si fuesen los diferentes archivos de color de una riso.
Foto: Jaume Pallardó

También explicó la técnica que utilizaba para que los dibujos saliesen borrosos, jugando con la impresión. Otras láminas estaban impresas y luego las había había pintado. En fin, se veía un proceso de trabajo bastante “plástico” en el que la impresión era una herramienta más de trabajo y no una fase final. Dijo que utilizaba el ordenador, y que incluso tenía una cintiq, pero que tras haber estado un tiempo atrapado con el ordenador, disfrutaba más con el proceso “manual”.
Nos explicó que escribía un poco todos los días en una libreta y que de ahí sacaba las ideas para los cómics, luego hacía un boceto muy burdo y solamente con eso, ya se lanzaba directamente a por la página final. Insistió bastante en la idea de que los entintados o “pasados a limpio” empobrecen la frescura de los primeros dibujos. Nos dijo que para hacer Arsene Schauwen se marcó unos condicionantes de trabajo que tenía que respetar (como el color). Tener una serie de parámetros fijos le parecía una manera interesante de trabajar que le ayudaba a que el proyecto no se le fuese de las manos.
Comentó que intentaba terminar una página al día, y con terminar se refería a acabar la página completamente. Se hacía algunos esquemas del proyecto para no perderse por el camino, pero confiaba mucho en la idea que tenía en la cabeza. Habló de la necesidad de no agotarse y de disfrutar del proceso, que puede ser demoledor cuando se abarcan proyectos largos.
Explicó que de joven, en su primer cómic había querido contar o resumir una película que había visto, pero que en cada página utilizó un estilo diferente. El resultado era tan bizarro que la gente no entendía nada. Desde entonces, dijo, se preocupaba mucho de que sus cómics tuviesen un hilo conductor que la hiciesen comprensible. Quizás en esa primera anécdota se encierre la esencia de su trabajo, experimentación y locura, pero siempre al servicio de una historia entendible. Estaba muy preocupado por el orden de lectura y conceptos clásicos de composición de página, siempre en aras del buen entendimiento de la historia.
Creció rodeado de cómics, ya que su padre era dibujante aficionado y tenía una gran colección. Vivió una juventud en la que las instituciones locales públicas ponían dinero para que los aspirantes a dibujante de cómics pudiesen editar revistas a todo color (supongo que es lo que tiene ser belga y estar en la zona de influencia del cómic franco-belga).
Como no era muy hablador, algunas cosas se las tuvimos que sacar con preguntas.
Cuando le mostramos nuestros trabajos aún habló menos, creo que esperaba que le mostrásemos proyectos largos en los que estábamos trabajando, pocos tenían eso, y quizás pudo comentales algo más a los que le presentaron uno. Él quería que compartiésemos dudas concretas. No se mojó mucho valorando los trabajos acabados que le mostramos. Quizás el problema fue nuestro, ya que él estaba abierto a nuestras preguntas, pero no conseguimos arrancarle mucha información. Igual faltó cerveza.
Foto: Francisco Riolobos

En cualquier caso fue una experiencia interesante ver su trabajo y, sobre todo, que compartiese con nosotros muchos de los problemas habituales con los que nos encontramos las personas que hacemos cómics: proyectos inacabados, obligarse a terminar ciertas cosas, simplificar métodos de trabajo para disfrutar y poder abarcar los proyectos, procrastinar demasiado,… Le doy valor a eso.
Entre la gente que mostró su trabajo estaba Marc Torices que nos enseñó su cómic sobre Cortazar y el proyecto en el que está trabajando y del que se puede ver alguna muestra en Instagram. Me pareció espectacular, me encanta lo que hace. También estaban allí otros grandes autores como María Medem, Néstor F. y Rocío Quillahuaman que le enseñó sus animaciones brutales y le hizo un dibujo (Mireia Pérez también hizo unas cuantas fotos del taller en las que aparecen autor y talleristas, incluído el cronista, nota de la redacción de 13millonesdenaves).
Hay que agradecer a la organización del Graf que ofreciese este seminario; para mi, el broche final de este festival imprescindible. Me hubiese gustado poder acudir a los otros seminarios, pero no pude.