La llamada Edad de Oro de los comic-books norteamericanos sigue siendo, más de ochenta años después de su eclosión, una etapa fascinante dentro de la historia del medio. Un periodo clave en el que se gestarían las características básicas de un género llamado a revolucionar la propia concepción de la historieta, su distribución y su recepción entre millones de lectores, y que supondría también el campo de pruebas en el que se iniciarían historietistas que con el tiempo se han convertido en auténticos referentes. Aquel éxito descomunal hizo crecer un nuevo negocio editorial que acabaría por ofrecer una oportunidad a centenares de artistas condenados, en un principio, a imitar los modelos más populares.

Dick Briefer (Nueva York, 1915 – Hollywood, Florida, 1980) fue uno de aquellos muchachos que debutaron por entonces sin demasiada experiencia previa, en unos días y en un sector en el que (casi) todo estaba por descubrir. Con 21 años presentaría su primer trabajo a la efímera publicación Wow! What a Magazine, dirigida por Jerry Iger y donde coincidiría con Will Eisner. El cierre inesperado de la revista le empujó a aceptar la oferta de Iger y Eisner para entrar a formar parte de su recién fundada agencia dedicada a ofrecer contenidos exclusivos a los editores que no disponían de una plantilla propia de colaboradores. Desde el principio Briefer se mostró capacitado para abordar cualquier tipo de encargo, desde la adaptación de clásicos novelescos hasta la ciencia-ficción y, por supuesto, los superhéroes.

Siguiendo esa prolífica línea de trabajo llegaría muy pronto su primera colaboración para el sello en el que desarrollaría la mayor parte de su carrera, Feature Publications, concretamente una puesta al día del Frankenstein de Mary Shelley que debía mucho más a las recientes versiones fílmicas de Boris Karloff que al original literario. Publicadas en el interior de Prize Comics, una revista típica de la época (más de sesenta páginas de viñetas, en su mayoría de aventureros, soldados, espías y superhéroes y que contaría entre sus colaboradores con Simon y Kirby o los hermanos Binder), esas historietas supusieron una de las primeras muestras –sino la primera- del cómic de terror en Estados Unidos. La criatura de Briefer era un horrible Goliat movido por la venganza hacia su creador y por el odio hacia toda la raza humana. En su deambular destrozaba todo cuanto encontraba a su paso sin miramiento, castigando así a todos aquellos que le despreciaban y haciendo responsable último de sus actos al hombre que le había dotado de vida a partir de retazos de otros seres, condenándole a ser testigo de todo el daño que ocasionaba. El tono de esos breves capítulos era ciertamente duro, en sintonía con el propio aspecto del monstruo de rostro blanquecino repleto de costuras ensangrentadas.

Durante los años de guerra Prize Comics fue evolucionando y con ella también el personaje de Briefer. Lejos de estancarse en el relato escalofriante, Frankenstein adquirió un aspecto algo menos desagradable, fue reeducado y posteriormente reclutado por la Gestapo. Desde dentro, saboteaba las misiones del ejército de Hitler y ayudaba al pueblo alemán en su lucha contra la opresión, recuperando hasta cierto punto el espíritu de Pinky Rankin, una tira de prensa protagonizada por un cazador de nazis que Briefer dibujó bajo el seudónimo de Dick Hamilton para The Daily Worker, el periódico oficial del Partido Comunista de los Estados Unidos. En aquellos violentos episodios, repletos de escenas escandalosamente agresivas (ametrallamientos, matanzas, explosiones), es ya evidente el dominio total que posee Briefer de su dibujo, mucho más dinámico y moderno, más cercano a la caricatura que al realismo engolado de sus comienzos.

La criatura de Briefer era un horrible Goliat movido por la venganza hacia su creador y por el odio hacia toda la raza humana

Cansado tal vez de tanta crueldad, o convencido de las posibilidades del personaje, Briefer realizará un progresivo cambio de rumbo hacia la comedia –que poco después será generalizado dentro de la revista-, irreversible a partir del número 53 de la colección, tras un quinquenio de apariciones semanales ininterrumpidas. Desde entonces, tomando como inspiración tanto los tópicos del horror como las dificultades de una existencia cotidiana, Frankenstein se convertiría en un precedente soltero y sin compromiso de Herman Monster, y en el protagonista de una historieta infantil ocurrente y divertida que gozaría incluso de revista propia desde finales de 1945 hasta los primeros meses de 1949. El éxito posterior de los tebeos de miedo en la década siguiente resucitaría tres años después de su desaparición a la cabecera Frankenstein de Feature, reubicándola ahora en el género de terror, aunque lejos del goticismo primigenio. Las modas renovarían al monstruo, convirtiéndole en una especie de Hulk avant la lettre, inadaptado y furioso.

La reciente compilación de Diábolo, segundo número de la Biblioteca de cómics de terror de los años 50 coordinada por Craig Yoe para IDW, recoge con tino algunas muestras de todas esas etapas, exceptuando el periplo colaboracionista. Es un recorrido curioso, al principio, que va creciendo a medida que el autor va consolidándose, y que llega a cotas de altísima calidad sobre todo en la última fase. Pese a saber a poco, son suficientes para conocer la trayectoria de Briefer, el desarrollo de su carrera y su innegable versatilidad. De un capítulo al siguiente se percibe su progresión, así como su capacidad, no solo para adaptarse a las exigencias del mercado, sino para adelantarse a las mismas con una fuerte personalidad. Son una muestra perfecta de los vaivenes del panorama editorial de hace décadas, pero también de la calidad incuestionable de un historietista reivindicable que corre el riesgo de caer imperdonablemente en el olvido.