El Conejo, una de las historias cortas que formaban parte del álbum colectivo Corea, me dejó descolocado. Su autor, el joven Byun Ki-Hyun (Cheongchu, 1978), colocaba a un conejo antropormizado en el mundo de los humanos para desconcierto de la joven protagonista, que se veía obligada a cuidar de él. Y en las apenas veinte páginas de relato, nos llevaba de la mano en una montaña rusa emocional que traspasaba géneros a la velocidad del relámpago: humor, drama, fantástico,… todo parecía caber en la cabeza de un autor que, según se decía en la introducción se encontraba comprometido en la búsqueda de un manga de autor genuinamente coreano.
Similares sensaciones vuelven a mi cuerpo cuando me enfrento al primero de los dos volúmenes que componen Gato Z, estreno en largo de Ki-Hyun en nuestro país, ya que en su Corea natal se puede encontrar el recopilatorio de historias cortas “Lotto Blues”, los álbumes “El amor de la ciudad del yogur”, “Plan para un asesinato” y el conjunto “Tallarines Tchajang”, de la mano de su amigo Choi Kyu-sok.
De antemano llama la atención un grafismo poderoso que sin renunciar a los rasgos generales de manhwa (manga coreano) se beneficia del color y el uso combinado de diferentes técnicas -pasteles, ordenador y unos lápices que nunca terminan de desaparecer del todo- para ofrecer algunas viñetas espectaculares con cierto aire pictórico. En ese sentido la propuesta manhwa de Ki-Hyun me trae a la cabeza el trabajo de Alex Ross con el mundo superheroico, si bien el coreano no resulta tan frío y estático como el norteamericano, ni su apuesta tan atrevida.
Y el desconcierto termina de llegar cuando nos enfrentamos a las primeras páginas para encontrarnos con una aparente historia detectivesca sobre la desaparición de varios niños de un parque de atracciones. Historia que mantiene dos niveles aparentes: el real -la investigación alrededor de las desapariciones y la triste vida de los empleados en el parque, entre ellos un pobre desgraciado disfrazado del Gato Z, superhéroe del que ya nadie se acuerda- y otro que se intuye imaginario -Gato Z enfrentándose a su Némesis de la mano de una guapa adolescente que trabaja en el parque-.
Este planteamiento le sirve a Ki-Hyun para hacer lo que se intuye como parodia del género de superhéroes, para plantear escenas de cierta dureza al estilo Vertigo, juguetear con el erotismo y sembrarlo todo de un humor bastante ramplón que ayuda a que aumente la sensación de incredulidad.
Así pues, y a falta de ver por dónde nos lleva el segundo y definitivo volumen, el espíritu “Lost in Translation” ha dominado la lectura de un título al que al menos, en el peor de los casos, no se le puede negar originalidad.