Una de las peculiaridades de Balas perdidas es el orden de lectura, con capítulos, en principio correlativos, pero que bailan cronológicamente adelante y atrás, resucitando personajes o utilizándolos como deshecho según convenga. De hecho, Lapham lleva casi un cuarto de siglo –incluyendo, claro, el paréntesis descrito- dibujando un violento mural de los Estados Unidos contemporáneos que abarca aproximadamente desde mediados de los setenta hasta las puertas del nuevo milenio. Un retrato social de larguísimo recorrido que pese a los altibajos (los escasos episodios de corte fantástico o los cercanos al onirismo son los más flojos) ha mantenido una tensión difícil sostener.
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