En Oscuridades programadas la historia funciona perfectamente a diferentes niveles, lo que dota a la obra de una riqueza y complejidad merecedoras de la atención de aquellos lectores que busquen una nueva visión de la desventura de los refugiados. Un granito más en la cada vez más extensa relación entre cómic y periodismo: desde el Pullitzer de Maus a la más reciente La Grieta, pasando por la obra del ya consagrado Joe Sacco, el formato de historieta ha demostrado su sobrada capacidad para dar un nuevo enfoque a historias trilladas en medios más tradicionales.
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Esta obra está llena de pequeños momentos brillantes en los que, por ejemplo, el disparo de un rayo rompe el esquema típico de lectura y nos lleva por media página hasta atinar a su objetivo, el marco de la viñeta se rompe por una explosión o la narración se ve interrumpida por un anuncio de televisión. Son recursos como estos los que, unidos al excelente dibujo, nos impulsan a leer una página tras otra, llevándonos de la mano por un mundo creado con una maestría admirable.
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Desde Watchmen, la figura del superhéroe y del cómic de superhéroes como género ha sido objeto de reflexiones, revisiones, homenajes y puestas al día más o menos afortunadas.
En este caso, Jeff Lemire (Ontario, 1976) y Dean Ormston (Yorkshire, 1961) dan en el clavo a través de versiones paralelas de algunos de los personajes más icónicos de la historia del cómic de superhéroes, con los que crean su propia historia sin verse limitados por su historial editorial.
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La pequeña forastera es fascinante, con un toque oscuro que de momento sólo se puede adivinar ya que éste es el inicio de la historia, pero que tiene muchísimo potencial para desarrollar la trama. La mitología de la obra es rica y dota a su mundo de coherencia interna; a pesar de caer en la tópica dicotomía entre luz y oscuridad, es fresca y genuinamente interesante. Su dibujo tierno e infantil, pero también opresivo y retorcido, acompaña a una historia que, a su manera, reinventa el cuento de hadas tradicional.
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Bastien Vivès (París, 1984) hace un excelente trabajo a la hora de componer las viñetas, con pocas líneas es capaz de crear un mundo atmosférico y coherente. El ritmo es tan fluido que es muy fácil devorar el cómic de una sentada y que la trama te absorba por completo. Las viñetas de Una Hermana son amplias y claras, parecidas a los planos usados en el cine, el cómic tiene un carácter lento, costumbrista y tranquilo en el que no sucede gran cosa pero tampoco es necesario más. El dibujo, casi abocetado y en tonos grises, resulta muy delicado y característico. Resuelve mejor las escenas que en anteriores trabajos más sucios como En tus ojos o Polina.
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Gauld es un excelente narrador de la tediosa existencia humana, una constante en todos sus anteriores trabajos (hasta el bíblico Goliath acusó el tedio), algo que en el contexto donde transcurre su último cómic se hace aún más evidente: La que fuera quimera del siglo pasado y alegoría perfecta de las aspiraciones ultra-terrenales humanas es un sitio donde no ocurre nada.
Un nuevo logro tanto argumental como formal de Tom Gauld. Sublime
El falso documental Zelig de Woody Allen conseguía trasladarnos a la realidad convulsa de los años 20 en norteamérica a través de una pirueta metacinematográfica. Sonny Liew (Malasia, 1974) realiza un giro similar con esta falsa autobiografía gráfica del autor de cómics Charlie Chan Hok para, por un lado, relatarnos la dureza de su contexto y de paso ilustrarnos sobre la reciente historia de Singapur y, al mismo tiempo, elaborar un conciso retrato de las vicisitudes y dificultades que conlleva la profesión. Ante tamaño envite el autor además de salir airoso realiza un auténtico despliegue de registros. Una oda al universo del cómic que le ha hecho valedor de dos premios Eisner.
Estamos ante un relato sensible, que no sensiblero, capaz de conseguir intercalar breves notas de humor dentro del drama sin que chirríe, provocando en algunos momentos una leve sonrisa en el lector . Siempre hay sitio para el humor. No podemos dejar que nos quiten la capacidad de reír y reírnos de cualquier cosa. No se me ocurre mejor homenaje posible a las víctimas del atentado contra ‘Charlie Hebdo’.
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Seleccionado en la última edición del Festival de Angoulême como uno de los candidatos a llevarse el premio al mejor álbum Shangri-la es un trabajo que sin proponer ninguna ruptura estética o novedosa dentro del género (ciencia ficción) y del medio (el cómic) es capaz de sorprender. Una obra de una robustez formal, estructural y narrativa abrumadora. Un cómic en el que su joven autor hace gala de una sorprendente madurez de oficio. Demostrando que no hace falta inventar la rueda para facturar un trabajo de gran calado. Imprescindible.
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Sattouf ha conseguido trasladarnos con cada uno de sus trabajos a una realidad precisa: ya fuera la de los quinceañeros en plena explosión hormonal de La vida secreta de los jóvenes, o a la de los loosers empleados en una tienda de videojuegos (Les Pauvres aventures de Jérémie) sin chirridos, sin artificios, sin grandes despliegues narrativos pero con una pasmosa capacidad para trasladar al lector al lugar, a las circunstancias y al momento que viven sus protagonistas. Realismo puro con el acento siempre puesto en la vis más cómica de cada una de esas particularidades y alejado de cualquier prejuicio. Un autor genial que parece estar en constante estado de gracia.
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La editorial Gallo Nero continúa su tarea de introducción en nuestro país del padre del manga underground, Yoshiharo Tsuge, seis historias cortas autobiográficas que reconstruyen la atmosfera depresiva y neurasténica del autor durante su crítica etapa personal de los años 80, un retrato brutalmente honesto sobre los desheredados del milagro japonés.
Obra cumbre del manga para adultos, Kamimura presenta en este melodrama la vida de una jokyu o camarera de bar japonesa. La particular maestría del autor para trazar en cuatro dimensiones los personajes femeninos se unen a un sentido del ritmo y la puesta en página inconmensurables. Clásico instantáneo.
Aquí no hay fondos espectaculares como hemos visto en On a Sunbeam, sino que Walden adapta su estilo a algo más recogido y costumbrista. No hay apenas adornos ni composiciones imposibles, sólo la historia tal cual como un diario personal. Y es esa sinceridad, esa honestidad a la hora de mostrar algo tan íntimo y la capacidad de transmitirlo al lector, lo que hace que sea uno de los mejores cómics que he leído nunca.
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