No era una tarea fácil narrar en menos de 200 páginas el desalentador proceso político y judicial de más de 10 años que han sufrido las víctimas sin que el lector pierda el hilo. El trabajo de guión, que aúna capacidad de síntesis y exhaustividad de datos y nombres a la vez, es admirable. Es una obra que hay que leer con calma  para procesar toda la información recibida y que obliga a tragar saliva y emociones.
Estamos ante una obra que, más que una crónica de testimonios, se erige en una denuncia de la indefensión del ciudadano ante una maquinaria político-judicial corrupta y reivindica la fuerza del activismo, de la protesta ciudadana que se mantiene y no se rinde contra la represión y los abusos del sistema. A su vez, quizá sin ser su intención primigenia, alerta de la importancia de la propaganda y la posverdad. La independencia de los medios de comunicación para mantener su papel de altavoz de denuncia del eslabón débil de la cadena pasa a ser cada vez más necesaria.
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