Tres lustros han tenido que pasar desde que murió el más famoso de los escritores españoles de novela negra, Manuel Vázquez Montalbán, hasta que su detective Pepe Carvalho – que incluso contó con una serie en TVE durante los 80 – haya resucitado entre las viñetas. Expulsados a la periferia del folletín pulp, la familiaridad del polar con el Noveno Arte viene de lejos, al menos desde los guiones de Dashiell Hammett en Agente X-9, y se extiende hasta las magníficas adaptaciones de las historias de Leo Malet por Tardi o la magistral serie Alack Sinner de Muñoz y Sampayo.
De esta filiación, Manuel Vázquez Montalbán era muy consciente – una cita a Fritz the Cat así lo revela – y, nos atrevemos a decir que, simpatizante, aunque su incursión como guionista de Historieta se limitó entre noviembre de 1970 y junio de 1972 a los cuarenta y seis episodios de la tira feminista vertical “La educación de Palmira” publicados en la revista Triunfo bajo lápices de Nuria Pompeia. (Fig. 1)
Tatuaje (1976) es, en propiedad, la primera novela de la serie Pepe Carvalho tras haber introducido el personaje otro trabajo dos años anterior: Yo maté a Kennedy. Impresiones, observaciones y memorias de un guardaespaldas. El título de la obra responde a la inscripción en la piel de un cadáver que se haya flotando en la playa de Vilasar de mar: “He nacido para revolucionar el infierno”, verso de una popular tonadilla interpretada por Conchita Piquer. A Pepe Carvalho se le encargará averiguar la identidad del ahogado que terminará por conectar el barrio chino de Barcelona – el mismo Raval donde Montalbán nació- con el distrito rojo de Ámsterdam.
Para este que escribe, la versión visual del detective gallego siempre será aquella que ilustró Alfonso Font en El País donde Montalbán imaginaba la caza de Luís Roldán, fin esperpéntico de la España del pelotazo, “el país europeo en el que es más fácil hacerse rico” según un infausto ministro de economía “socialista”. Hoy ya sabemos cómo.
Con todo, la elección de Bartolomé Seguí como dibujante resulta natural tras sus cuatro trabajos anteriores con Felipe Hernández Cava en este mismo género policiaco con destellos políticos: Las serpientes ciegas, Hágase el caos (Lux y Umbra) e Historias del olvido. Esta opción gráfica de continuidad también cimentó, probablemente, la decisión del guionista, Hernán Migoya, a favor del álbum europeo en color ante el formato de novela gráfica o el blanco y negro, uno de los tópicos cinematográficos del género.
El aspecto grotesco y popular, sexual y gastronómico de Carvalho se traslada adecuadamente en esta versión de Tatuaje pero fracasa en el juego de expectativas con el lector entre intriga de predestinación y pistas falsas, clave narrativa de las historias detectivescas. Esta dinámica no termina de funcionar porque, de entrada, se pierde la distancia entre narrador y protagonista, presente en la novela, sin verse substituida, por ejemplo, a través del contraste entre la voz y aquello que se nos muestra. La puesta en página tampoco da muchas alegrías, desfasando en ocasiones la proporción del plano en relación al tamaño de la viñeta. En suma, el desarrollo de la historia es prácticamente lineal y descansa, demasiado, en la sobreabundancia del texto: los personajes no dejan de hablar ni tan siquiera cuando follan.
Por último, resulta paradójico, admitámoslo, que el encargado de trasladar a Montalbán al Cómic sea uno de los adalides de Ayn Rand en nuestro país pero, al fin y al cabo, este tipo de contradicciones se ajustan a un personaje como Carvalho que osciló entre el compromiso comunista y el trabajo para la CIA. En cualquier caso, el éxito comercial de la serie – casi agotada en su primera semana en librerías – promete nuevas entregas donde los autores, deseamos, tendrán ocasión de terminar por tomarle la medida al personaje.
En una playa barcelonesa aparece el cadáver de un hombre joven, con la cara comida por los peces y que lleva tatuada en el brazo la frase: “He nacido para revolucionar el infierno”. Así comienza un extraño enigma. Para empezar hay que encontrar un nombre a este muerto, averiguar su identidad. Este es el encargo que recibe Pepe Carvalho, detective gallego, ex agente de la CIA y escéptico vocacional, lo que no le impide disfrutar y saborear los placeres de la buena mesa y la buena cama. Entre los bajos fondos de Barcelona y las calles y canales de Amsterdam Carvalho no tarda en dar con la respuesta.
Pepe Carvalho ha dejado la CIA tras 9 prometedores años y cuando iba a ser ascendido. Ahora es detective privado. Dejó la CIA sin haber ahorrado ni un duro y ahora quiere ser su propio patrón, vivir tranquilo y ahorrar para la vejez, pues ya tiene 40 años y hay que ir pensando en ello. El cadáver de un bañista con el rostro descompuesto e irreconocible aparece en la playa y el dueño de una peluquería de barrio contrata a Carvalho para que averigüe el nombre del cadáver. No quiere más que eso y está dispuesto a pagar bien. Demasiado bien. No quiere ir a la policía y prefiere pagar a Carvalho para que lo averigüe sin tener que implicarse él mismo. El asunto es un poco raro, pero un escéptico Carvalho no pregunta nada más y acepta el encargo. Carvalho tampoco quiere ir a la policía y prefiere investigar utilizando sus propios recursos. Éstos le llevarán de Barcelona a Holanda y vuelta a Barcelona. El nombre del muerto lo averigua con relativa rapidez, pero la manera que tiene de ir enredándose el caso cada vez más, hace que quiera investigar por su cuenta. Incluso cuando vuelve a Barcelona con la información solicitada por su cliente, nuestro detective sigue investigando. Vázquez Montalbán nos presenta en esta primera novela de Carvalho como investigador privado, no sólo a su protagonista, sino también a los personajes secundarios que aparecerán en otras historias de este detective.
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