En Bruma, Martín López Lam (Lima, Perú, 1981) levanta un mundo que parece evaporarse. Una niebla densa cubre los campos y con ella se difumina toda certeza: los humanos deliran, la realidad se quiebra, y tres niños —protagonistas de esta historia elíptica y desoladora— avanzan entre las ruinas de una civilización devastada, guiados por susurros que podrían ser los ecos de sus seres queridos o voces de entidades que no pertenecen a este mundo.
López Lam no ofrece respuestas directas, sino fragmentos. Bruma se construye a base de silencios y diálogos secos, de imágenes que sugieren más de lo que muestran. Como en los mejores ejercicios de ciencia ficción, el relato se despliega en capas: las colonias de Marte y su destino, los posibles contactos con otras inteligencias, lo que sobrevive a la caída de los gobiernos. Nada puede resolverse; todo vibra con un sentido latente.
El autor parece dialogar con múltiples tradiciones. Su trazo y su ritmo narrativo evocan la melancolía y el misterio de los maestros de la revista Garo, y la humanidad experimental de Arnau Sanz. También hay ecos del cine de Kubrick, y de los collages surrealistas de Joe Webb o John Stezaker, referencias que se hacen explícitas en un epílogo construido a partir de esta técnica, y en una introducción completamente abstracta que prepara al lector para un viaje sin brújula.
La violencia latente que atraviesa la obra, cercana a Tadao Tsuge, se manifiesta en los rostros, en los paisajes corroídos, en la atmósfera misma. Bruma es una novela gráfica que convierte la desorientación de tres niños en un territorio donde explorar nuestra propia realidad.
Publicada conjuntamente por Ediciones Valientes y Aristas Martínez, Bruma confirma, una vez más, a Martín López Lam como una de las voces más singulares del cómic contemporáneo en español y del panorama internacional. Una suerte poder gozarlo y leerlo.