Bretaña. Una granja en la campiña francesa. Un granjero: Didier. Didier tiene hemorroides y mal de amores. Para el primer mal, el médico le receta una pomada; para el segundo, le recomienda que se abra un perfil en una web de citas.
Didier acude a la subasta de Régis, un vecino que lo ha perdido todo: material agrícola, ganado, tierras y granja. Pero en vez de comprarle la cosechadora, el tractor y las vacas, regresa con el granjero desahuciado. Didier y su hermana, Soazig, acogen a Régis en casa.
Agradecido, Régis está dispuesto a colaborar en lo que haga falta. Y empieza ayudando a Soazig a redactar el perfil de Didier en la web de citas: “Hombre con físico atípico busca mujer divertida para relación seria…”. La tarea no será fácil porque Didier, un bretón afable y bonachón, algo perezoso y un poquito glotón, no está mucho por la labor.
A sus 45 años, es un poeta soñador que ha tocado más ubres de vaca que pechos de mujer. Prefiere detenerse a observar un petirrojo a buscar pareja en internet. Superado por la tecnología, se siente más a gusto en la naturaleza, cuidando de sus peras. Unas peras que le preocupan más que hacer match.
Pascal Rabaté (Tours, Francia, 1961) convierte a Didier en la quinta rueda del tractor. Un elemento de acople que une un remolque con un vehículo tractor (en este caso, Régis y Soazig) y hace de enganche entre dos realidades (la desesperanza de la ruina económica y la esperanza del amor), permitiendo un giro en esta historia.
Rabaté es especialista en mostrarnos personajes que no pierden la alegría ni la ilusión de vivir pese a las adversidades. Por ejemplo, en La tienda de las ilusiones (NORMA Editorial, 2010), el protagonista, un vendedor de artículos de broma en horas bajas al que ha abandonado su mujer, olvida penas, problemas y tristeza para encarar la vida y seguir adelante.
Aquí sucede tres cuartos de lo mismo: Régis es un perdedor ahogado por las deudas y al borde del suicidio. Se trata de un mal endémico En Francia: los agricultores, aunque aman su oficio, son el colectivo de profesionales que registra más suicidios debido a las condiciones que les someten: los granjeros venden con pérdidas, los bancos les sangran, los créditos les estrangulan. Y, a pesar de todo, quieren divertirse entre entierro y entierro; seguir vivos y coleando. Por eso no es de extrañar que la banda sonora de esta historia la ponga el cantante francés Patrick Hernandez con su Born to Be Alive. Una oda a la vida.
La crítica al campo, al abuso que sufren los campesinos, es un tema recurrente en la obra gráfica francesa. Lo hace, de manera manifiesta, Étienne Davodeau en Rural (La cúpula, 2013). Lo hace, de manera más sutil, Catherine Meurisse en Los grandes espacios (Impedimenta, 2021). Y lo hace Rabaté aquí sin poner el dedo en la llaga, sino adornando el drama en un envoltorio de caramelo. En vez de hurgar en la herida de Régis, Rabaté nos despista cual titiritero mientras nos entretiene con la historia del simpático Didier, la 5ª rueda del tractor.
Rabaté nos demuestra que, por encima de las miserias del capitalismo más salvaje, ese que arruina a los agricultores llevándolos hasta el suicidio, prevalecen otros valores como la empatía, la compasión, la amistad y el amor. Y es que cuando una puerta se cierra normalmente se acaba abriendo otra.
Para ello ha encontrado un gran aliado en François Ravard,(Bayeux, Francia, 1981) a cargo de un dibujo y unos colores realmente amables, entre los que destaca el rosa. El rosa goza de protagonismo en esta historia y lo encontramos en el tractor de la portada, en la contraportada y en las guardas del libro. Y es que, como cantaba Édith Piaf, “Quand il me prend dans ses bras / il me parle tout bas / Je vois la vie en rose”.
El tándem formado por François Ravard y Pascal Rabaté rueda como el engranaje de un reloj suizo. Dibujo y guion fluyen en perfecta simbiosis, sin estridencias, sin destacar en ningún momento el uno por encima del otro. Narrativamente, Didier, la 5ª rueda del tractor es un ejercicio impecable, que engancha al lector desde la primera página, con unos personajes que generan empatía, una trama bien engarzada y un sorprendente giro de guion final. La traducción, a cargo de María Serna, resulta fresca, suena natural y consigue el tono adecuado. La edición en tapa dura, cuidada con mimo, es preciosa.