De Peter Parker a Agujero Negro, de Charlie Brown a Jimmy Corrigan, si hay un estereotipo que preside la historieta estadounidense de la segunda mitad del siglo XX este es el freak. A tal estirpe patética se incorpora en Lo que más me gusta son los monstruos Karen Reyes, su niña protagonista, trasunto de la autora: chepuda, lesbiana y víctima del acoso escolar pero, igualmente, dibujante y fanática de las revistas sobre monstruos de los años 60.
Bajo la estructura de un cuaderno de memorias en primera persona, el debut de Emil Ferris (Chicago, Estados Unidos, 1962) en el Noveno Arte juega voluntariamente con esta confusión entre autora, protagonista y narradora. Pero – lo que es mucho más relevante – juega con la vertiente gráfica de estas figuras, exclusiva de la Historieta: la dibujante, la fisionomía del personaje y lo que Philippe Marion acuñó bajo el término “grafiadora”, la instancia responsable del trazo, equivalente visual de la narradora.
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Max Baitinger (Penzberg, 1982) estudió carpintería antes de dedicarse a la ilustración y el cómic. Reside en Leipzig, ciudad que acunó las manifestaciones civiles que propiciaron la reunificación alemana. Algo de la Alemania comunista prevalece en este Röhner, obra que fue finalista del Comic Award de la Leibinfer Foundation. Röhner es el amigo de un joven neurótico que ve alterada su rutina por esta visita indeseada. A partir de esta premisa, Baitinger edifica una comedia negrísima, narrada desde el punto de vista del joven neurótico, fielmente reflejado mediante esa ilustración fría y desafecta, cercana al manual de instrucciones. Sonidos que se disuelven en manchas, situaciones tan lastimosas que obligan a la descomposición, la cantidad de recursos gráficos para ilustrar la psique del protagonista es ingente. La edición de Fulgencio Pimentel, cuidada y magnífica, como de costumbre.
En La tierra de los hijos Gipi daba un giro radical a su obra; dejaba de lado la exposición de sus circunstancias y miserias personales de anteriores trabajos para deslumbrarnos con una historia de tintes casi bíblicos: plagada de metáforas y alusiones constantes a la condición humana. Sin caer en el error de la grandilocuencia, esta fábula post-apocalíptica deslumbra por su aparente simplicidad en el planteamiento gráfico (se ha rebajado la intensidad de su característico trazo visceral y el color da paso a un riguroso y parco blanco y negro) y también por que nos devuelve la faceta como narrador en tercera persona del autor italiano que hace gala aquí de un auténtico estado de gracia.
No se trata, como digo, de estar mejor o peor preparado para enfrentarse al Tsuge más personal, no es cuestión tampoco de gustos o preferencias. Es un aviso. Pues adentrarse en Nejishiki es introducirse en un túnel oscuro, estrecho y húmedo que desemboca directamente en la mente de su autor, un lugar inhóspito, cuando no directamente desagradable. Allá cada uno si decide entrar.
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Hay varios momentos de este libro en el que el lector acaba deslumbrado por la belleza y la magnitud de las imágenes, la magdalena proustiana del soldado Alan que ha configurado Guibert está hecha a base de pellizcos paísajisticos, estampas que son casi instantáneas de la cotidianidad americana en la costa oeste de los años 30. Capaces de transmitir la atmósfera, el sentido y la sensibilidad. Aunque el más espectacular de ellos no destaque precisamente por la vistosidad gráfica pero si por el fogonazo que provoca y por su potencia visual; la imagen de una ventana con la que se cierra uno de los capítulos es quizás uno de los puntales del libro por la cantidad de emociones y sentimientos que puede sugerir al lector. Es una imagen que nos traslada directamente a la mirada de su protagonista y que por lo tanto tiene la capacidad y el poder de hacernos prácticamente sentir lo mismo que él.
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La publicación de la tercera y última entrega de Berlín, la (de momento) obra magna de Jason Lutes, es una de las mejores noticias dentro del panorama del cómic en 2018. Con ella se cierra un ambicioso cómic-río que ha conseguido con creces el objetivo que se marcaba desde el principio: recrear el panorama social y político de la capital alemana en los difíciles días de la República de Weimar, amenazada desde su mismo nacimiento. Y lo hace apoyado como es lógico en una cuidadosa documentación, pero también -y esa es, tal vez, su mayor virtud- en una enorme capacidad para crear personajes anónimos que bordan sus papeles y dotan de verosimilitud a la obra.
No es casualidad que el libro de Brecht Evens se nos presente en lo referente a sus dimensiones y formato precisamente como un álbum infantil ilustrado, mostrándose (otra vez) como lo que no es. Puede que de ese modo logre que el lector deje de lado cualquier prejuicio y baje sus defensas ante lo que entiende será una distracción inocente. Pero nada más lejos de la realidad. Este desconcertante relato sobre las apariencias tiene además consecuencias palpables. Tras su lectura lo que queda es un poso amargo, deja algo -a falta de encontrar una palabra más adecuada- en la boca del estómago que impide que se olvide con facilidad. Y deja también muchos más interrogantes que certezas. Como si fuera un huevo Kinder, Pantera esconde una sorpresa tras su apariencia colorista y brillante. La diferencia radica en que mientras los consumidores de ese dulce de chocolate esperan con ansia su contenido, los lectores del último trabajo de Evens no sabemos muy bien a qué atenernos y nos da miedo pensarlo.
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Después de casi diez años de parón y mientras algunos pensábamos que lo de Gus acabaría como Isaac el pirata (serie inacabada y uno de los puntales del la BD contemporánea) , Christophe Blain rescataba del olvido a los personajes de este Neo-Western, mezcla perfecta entre Blueberry y Lucky Luke (atención a los cameos de algunas celebridades: desde Kelley DeForest – el Bones de Star Trek- hasta Robert Duvall o Gene Wilder, al más puro estilo Morris).
Quizás sea esta la entrega más redonda de la serie donde vuelve a relucir el impresionante catálogo de recursos gráficos y narrativos del autor que aquí se mezclan con reflexiones sobre el amor, la paternidad la madurez, la heroicidad, el crimen o la infancia.
Si no habéis leído las entregas anteriores de la serie no sufráis: este tomo se presenta como una estupenda puerta de entrada al universo de Gus y una primera toma de contacto con el autor más sobradamente genial de la escena francesa actual.
El lector se ve arrastrado por el aluvión y desde el mismo planteamiento se sella cualquier resquicio a través del cual los protagonistas anónimos tuvieran la posibilidad de tomar aire limpio para respirar. Especialmente explícitos en este sentido son los capítulos El amanecer del porno y El pez linterna . En el primero, de tono más humorísticos que el resto, una pareja de amantes fracasa en su intento de pasar una noche de pasión en un lujoso apartamento cuando, al abrir la ventana, se les llena el piso de hollín. Mientras que en el otro relato, el joven Kenbo ve frustrada la posibilidad de huir del sótano en el que malvive, un antro rodeado de rascacielos en el que no entra la luz.
A estas alturas ya no vamos a descubrir (ni a decir) nada nuevo de Tatsumi, pero sí vamos a corroborar una vez más nuestra admiración hacia su trabajo.
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La historia de Rokudenashiko se hizo especialmente famosa cuando acabó detenida tras montar en una canoa hecha con la forma de su vulva. Lo que tanta gente no sabe es que esta artista empezó haciendo deco-man, una especie de dioramas (también con la forma de su vulva) sobre los que componía distintas escenas. Obscenidad recoge todo este proceso junto con su posterior paso por la cárcel y reflexiona sobre cómo la sociedad japonesa trata las representaciones de genitales de forma desigual.
Ed Piskor creció leyendo las series de los mutantes de Marvel, donde encontró su vocación como dibujante. Debutó en el mundo de los cómics de la mano de Harvey Pekar (casi nada) y es un autor que siempre ha tenido un pie en el mainstream y otro en el cómic independiente. De un tiempo a esta parte se ha convertido en una especie de cronista de la cultura popular norteamericana; sus últimas obras han repasado algunos de sus pilares: desde la Beat Generation de los Gingsberg, Kerouac y Burroughs en The Beats, hasta la gestación del Hip Hop en las calles del bronx en la estupenda Hip Hop Family Tree. En esta ocasión Piskor revisita el universo mutante desde sus inicios hasta finales de los 60; queda pendiente para un segundo volumen la segunda génesis de los 70 y el boom de la Patrulla-X durante las décadas de los 80 y 90. Única pega, que la edición española de Panini no haya respetado el mate de la edición original y haya apostado por un papel satinado desvirtuando considerablemente la obra.
La estructura de este manga es muy simple, casi todas las páginas están divididas en cuatro viñetas horizontales y sólo se cambia la composición en excepciones que añaden dramatismo. Las metáforas a las que recurre sirven principalmente como apoyo al texto y aunque son ingeniosas, tienen fundamentalmente una función práctica. No hay apenas adornos y esto hace que se sienta todo más crudo y honesto, como un diario personal.
A lo largo de las páginas de Mi experiencia lesbiana con la soledad Kabi Nagata nos coge de la manita y nos explica sus problemas con la depresión, los trastornos alimenticios y la ansiedad provocada por las expectativas que no es capaz de cumplir.
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Coleguis recopila los fanzines que Matt Furie realizó entre 2006 y 2011. A muchos les sonará Pepe, el sapo de la banda, por la infinidad de Memés que han circulado en internet con su efigie; lamentablemente Pepe se hizo popular a raíz de las últimas presidenciales norteamericanas y cayó incluso en manos de la iconografía de grupos neofacistas…un duro golpe que no debería desmerecer ni al personaje y ni a los componentes de su banda.
En esta colección de tiras, Pepe y sus compadres hacen gala de su mongolismo extremo a ritmo de bailes estúpidos, vómitos, zurullos kilométricos y demás lindezas.
Este volumen plagado de despropósitos nos recuerda lo aburrido que resulta el cómic cuando se pone serio y tiene aspiraciones literarias ¡benditos sean Andy, Brett, Landwolf y Pepe!