Según explica Paul Gravett en Manga: la era del nuevo cómic, fue Katsuichi Nagai -fundador y editor de la revista Garo– el que en 1965 convenció a Yoshiharu Tsuge (1937, Katsushika, Tokio, Japón) para que abandonara su prematuro retiro y volviera al negocio del manga. Tsuge había debutado a mediados de la década anterior dibujando páginas para las llamadas bibliotecas de pago, productos de género destinados a adolescentes, estudiantes de secundaria y jóvenes. Al principio volvió como ayudante de Shigeru Mizuki, pero poco tiempo después ya estaba escribiendo e ilustrando sus propias historias para dicha revista, muy alejadas, por cierto, de lo que había estado produciendo durante sus primeros años como profesional.

Es en esa segunda etapa de su carrera en la que se debe incluir Nejishiki, una historieta breve de apenas veintidós páginas, aparecida por primera vez en el número de junio de 1968 de la publicación dirigida por Nagai. Pese a que el propio Tsuge explicaba que era la simple traslación gráfica de un sueño –de un mal sueño, añadiríamos-, dibujada sin planificación previa y con el único objetivo de entregar a tiempo el encargo que tenía encomendado, lo bien cierto es que muchos estudiosos y críticos lo situarían como un referente dentro de la historia del manga, en concreto como uno de los primeros ejemplos de la posible relación entre cómic y literatura, o mejor, de la potencialidad de los recursos literarios del cómic, todavía inexplorados, así como del cuestionado bagaje cultural del medio.

Dibujada sin planificación previa y con el único objetivo de entregar a tiempo, muchos estudiosos y críticos lo situarían como uno de los primeros ejemplos de la posible relación entre cómic y literatura

 
Es obvio el trasfondo onírico de Nejishiki: la aparente desconexión entre escenas, la fragmentación, lo caótico, esperpéntico, ilógico de las situaciones retratadas. La manera en la que la mayoría de personas con las que se cruza ignoran al protagonista en su deambular por las calles de la pobre aldea de pescadores. Sin embargo, tras esa confusión permanente se percibe un sustrato veraz disuelto en la atmósfera del relato, principalmente a través de tres componentes que lo vincularían con la realidad. Uno es la amenaza que supone la modernidad para la entonces todavía tradicional sociedad japonesa, simbolizada en ese tren que irrumpe entre las casas y en la impresionante estructura industrial de la fábrica, otro lo conformarían las alusiones directas al conflicto bélico que Tsuge conoció de niño (desde el inmenso bombardero que sobrevuela la primera viñeta hasta el buque de guerra que se avista por  la ventana de la consulta de la ginecóloga, los edificios derruidos o la bandera imperial nipona), y cuyas consecuencias eran aún palpables, mientras que el tercero vendría representado por el sexo.

Esas dos últimas constantes, guerra y sexo, enlazarían además Nejishiki con el resto de historietas que se recogen en el presente volumen homónimo, todas ellas publicadas en Garo, Yako y Custom Comic entre 1968 y 1980, anteriores por lo tanto al material recopilado en La mujer del al lado y en El hombre sin talento, los otros dos volúmenes de Tsuge presentados por Gallo Nero, mucho más accesibles a estos desvaríos experimentales. Dos factores abordados en estas once historietas desde una perspectiva pesimista, melancólica, cuando no directamente sucia y violenta. Del mismo modo que en los trabajos cortos de Yoshihiro Tatsumi y Masahiko Matsumoto, compañeros de generación al fin y al cabo, en la mayoría de estas redescubiertas páginas de Tsuge se respira un clima de derrota y trauma, de desesperanza, en ocasiones mediante un componente surrealista, en otras bebiendo directamente de escenas cotidianas o de su propia biografía. Pero despojadas en todo caso de cualquier filtro que tamice su impacto, presentadas en carne viva. Un efecto que se agrave al depurar el dibujo en un altísimo grado, hasta la misma esencia, simplificado de tal modo que prescinde de rostros y fondos, eliminando distracciones.

En la mayoría de estas redescubiertas páginas de Tsuge se respira un clima de derrota y trauma, de desesperanza, en ocasiones mediante un componente surrealista

Como conclusión, una advertencia que no debe ser entendida como una exhortación a un público especialmente inquieto intelectualmente ni nada por el estilo: no es este un cómic para todos los lectores. No se trata, como digo, de estar mejor o peor preparado para enfrentarse al Tsuge más personal, no es cuestión tampoco de gustos o preferencias. Es un aviso. Pues adentrarse en Nejishiki es introducirse en un túnel oscuro, estrecho y húmedo que desemboca directamente en la mente de su autor, un lugar inhóspito, cuando no directamente desagradable. Allá cada uno si decide entrar.