La editorial especializada en literatura japonesa Satori de Asturias – cuyo excelente catálogo cuenta con firmas como Soseki Natsume (1867-1916)  o Junichiro Tanizaki (1886-1965) – estrena con este Mi vida sexual y otros relatos de Shotaro Ishinomori (Tome, prefectura de Miyagi, Japón,1938 – Tokio, Japón,1998) su nuevo sello de Manga, aventuramos que destinado a dar más de una alegría a los “otakus” de nuestro país, como ya apuntaba el estreno de su Enciclopedia Yokai de Shigeru Mizuki (1922-2015).

Este 2018 se cumple una década desde el “crash” financiero de 2008, precedido por el decenio recesivo japonés tras la crisis bancaria de 1991. Su principal víctima en el panorama editorial del noveno arte español había sido el Manga, encarnado por el adiós de Joan Navarro tras el cierre de Glénat. Lenta pero constantemente, el cómic nipón ha ido ganando buena parte del terreno perdido entonces. En paralelo se han ido rellenando agujeros del patrimonio coleccionista como es la obra de Ishinomori, notablemente Relatos de Sabu e Ichi (1966-1972) a la espera del desbloqueo de Kamen Rider (1971-1972).

A tal propósito contribuye esta recopilación de relatos eróticos, un llamativo tópico en la carrera del segunda espada del “story-manga”, orientado a la infancia, tras sus trabajos de fantasía y ciencia ficción como Cyborg 009 (1964-1981), supergrupo inicialmente inspirado en Los cuatro fantásticos (1961) de Stan Lee y Jack Kirby . Esta peculiaridad se comprende mejor en su contexto histórico: el surgimiento a comienzos de los setenta de la segunda generación del “gekiga” – historieta dirigida al público adulto – la consiguiente etapa oscura de Osamu Tezuka con obras eróticas como I.L. (1969-1970) o Cleopatra (1970) y, específicamente, el nuevo género del “ero-gekiga” iniciado por la revista Manga Erotopia (1973) al calor del “pinku violence” de la productora cinematográfica Toei. Los tebeos aquí recopilados se publicaron en magacines generalistas como Playboy (1966), específicos del “gekiga” como Young Comics (1967) o en el proyecto COM (1967) de Osamu Tezuka, ideado para competir con el registro autoral de Garo (1964).


Fig. 1- Shotaro Ishinomori, La habitación del mar (1969).

Desde el punto de vista plástico, la deuda de Ishinomori con su maestro Tezuka es absoluta: en lugar de los trazos abruptos y quebrados del “gekiga”, reitera el abombado estilo Disney, de perfiles continuos y grácil línea sinuosa. En este libro, con todo, hay algunos matices como una sutil influencia psicodélica sobre las turgentes formas femeninas o, puntualmente, un estilo “seinen” de fondo foto-realista que llega, incluso, a injertar un fotograma de Vacaciones en Roma (1953) de William Wyler (fig. 2). La herencia de Tezuka también se encuentra muy presente en el despliegue de los planos o “découpage” – con el concurso excepcional del primerísimo primer plano – y de la puesta en página retórica que supedita generalmente la forma y tamaño de las viñetas a su función narrativa (fig. 1). En conjunto, estas decisiones convergen en una estética cuyo valor prioritario es la legibilidad. Una legibilidad que se diferencia, por ejemplo, de su adalid europeo, Hergé, por el número de páginas semanales: dos en el caso del belga, veinte o más en el japonés.  Ante la necesaria densidad textual del viejo continente, el Manga varía y, sobre todo, respira: se permite incluso dobles páginas con un solo plano sin texto.

Fig. 2- Shotaro Ishinomori, El caballo azul (1970).

Esta diversidad también es, en el volumen que nos ocupa, temática. Si bien todas las historietas se reúnen bajo el arco erótico, el mismo se explora en múltiples variantes. Un puñado de ellas – que incluye la titulada “trampantojo” – recurre a la fórmula de sucesivas puestas en abismo, potencialmente infinitas: la historia, en realidad, presenta una hipnosis que hizo creer, dentro de aquella, que los acontecimientos suponían un sueño donde, ahora sí, nuestro protagonista, siempre hombre, cumple sus fantasías. Alucinaciones, estas, protagonizadas de común por muñecas selenitas o androides mutantes, en línea con un archipiélago donde un hombre recién ha terminado por casarse con un holograma. Lo inverosímil del planteamiento se compensa, a mi juicio, con un saludable sentido del humor, que brilla por su ausencia en el convencional porno contemporáneo.
 
Otro grupo de episodios, más interesantes, se localiza en el Japón pre-moderno como “El carmesí de un lejano día” que aborda el imaginario “bondage” y sadomasoquista tradicional (retomado en su versión contemporánea con “Sexo aberrante”) o “Utamaro” sobre el célebre pintor de “ukiyo-e” tan influyente en el japonismo europeo (recordemos que, en castellano, Ishinomori ya ha publicado la biográfica Hokusai).
 

Fig. 3- Shotaro Ishinomori, Sexo de perversión (1971).

Finalmente, el recopilatorio aprovecha su atmósfera bohemia para diseminar en sus páginas alusiones tanto a la cultura popular (Abe Sada, la película Tiburón…) como a la cultura sacra (Utamaro, Yukio Mishima…), aspecto que culmina en “Sexo de perversión”, una suerte de manifiesto levemente rimbombante – incluida su mención al cisne de Leda – sobre los vínculos entre sexo y narcisismo. Mi vida sexual y otros relatos de Shotaro Ishinomori es, en suma, una más que digna presentación en sociedad de la incipiente aventura de Satori en el Manga, entre cuyos títulos futuros ya se anuncian Mujeres del Zodíaco (1973-1974) de Miyako Maki, precursora del “josei” o manga erótico adulto por y para mujeres. Un territorio – el de la sexualidad humana y el erotismo – tan complejo y estimulante como la cita de D. H. Lawrence que abre el capítulo “Sexo en el recuerdo”:
Todas estas habladurías sobre chicas jóvenes y virginidad, como si fueran páginas en blanco en las que no hay nada escrito, son un puro sinsentido. Una chica y un chico jóvenes son un embrollo atormentado, una furiosa confusión de sentimientos y pensamientos sexuales que solo los años podrán desenmarañar.