“Cada calle de una ciudad, evocan un recuerdo, una reunión, una pena, un momento de felicidad. Y a menudo la misma calle se relaciona con uno en memorias sucesivas, así que gracias a la topografía de la ciudad, la vida se asemeja a una memoria en capas, como si se tratase de descifrar un palimpsesto”. La frase, que pronunció Patrick Modiano en el discurso que realizó en 2014 cuando obtuvo el Nobel de Literatura, bien podrá servir para resumir parte de lo que podemos encontrar en el nuevo trabajo de Charles Berberian (Bagdad, Irak, 1959) : Una evocación breve de su niñez, de sus años en Beirut. Un ejercicio de nostalgia provocado por sus paseos por la capital del Líbano.

Destaca en esta suerte de memoria la total libertad formal. La misma que profesaba por ejemplo Miguel Gallardo en sus último trabajos: los dos autores guardan ciertas similitudes. Ambos tiene un historial memorable y tienen en su nómina a algunos de los personajes más icónicos del cómic: Makoki y el Niñato en el caso de Gallardo,  Monsieur Jean  (junto a Philippe Dupuy) en el caso de Berberian. Ambos han sido capaces de evitar que el peso de esas obras pretéritas condicionara sus trabajos posteriores.

Berberian expone la gran variedad de registros de su dibujo, experimenta con todo tipo de recursos y colores (para bien) al mismo tiempo que hace gala de su capacidad narrativa: No necesita despachar un número desproporcionado de páginas para acometer una obra que, sin prestarse al fácil reclamo de todo relato de carácter nostálgico, elude lo trascendente y es capaz de emocionar con detalles simples.

Leyendo este Una educación oriental uno se percata de lo sumamente difícil que es hacer que las cosas parezcan sencillas. Una auténtica lección de oficio firmada por uno de los autores más importantes del cómic de los últimos años.