Hay historietas (“y lo sabes”, que diría el gran Julio) que buscan la perfección, la investigación de las formas del medio, la trascendencia: Lo que más me gusta son los monstruos de Emil Ferris, Arsène Schrauwen de Olivier Schrauwen o cualquier cosa que haga Chris Ware son buenos ejemplos. Otros cómics llegan al cielo de lo inalcanzable partiendo del notable alto. Lo hacen purgando, limpiando, mejorando sin caer en las trampas de lo acomodaticio hasta convertir sus obras en joyas del medio. Currantes del cómic con una visión clara y talento nivel Dios Olímpico (Jaime Hernandez es el mejor ejemplo).
A veces sin embargo no estamos ante algo de este nivel, y el crítico debe entenderlo, sin paternalismos, con la eficacia del análisis objetivo y entendiendo que en el camino que une lo que se busca y lo que se logra está el sentido, en buena parte, del veredicto crítico.
Bien, La carrera del siglo, de Kid Toussaint (Bruselas, Bélgica, 1980) y José Luis Munuera (1972, Lorca), no pretende ni debe ponerse al nivel de esas obras enormes, pero, como tantas otras historietas que juegan en su liga, tampoco por ello merece el menor desdén. Sus intenciones son entregarnos una historia sin duda curiosa, verídica, narrada con elegancia y toques de imaginación en la puesta en escena. El argumento nos lo sirve la propia editorial: “30 de agosto de 1904, terceros Juegos Olímpicos de nuestra era. En las bulliciosas calles de San Luis (Misuri, Estados Unidos), se celebra la maratón más desastrosa de la historia del deporte mundial”. Un argumento curioso que puede resolverse, como toda narrativa, de mil modos posibles. Intuyo que Munuera sea el artífice de ese plus, al aportar recursos bien empleados (sobre todo para describir la carrera y la situación de los corredores en cada momento). Es una suposición, pero sea trabajo conjunto o más solitario, lo que queda claro leyendo esta carrera que por momentos nos evoca clásicos del cine como La carrera del siglo de Blake Edwards o Aquellos chalados en sus locos cacharros de Ken Annakin, es su elegancia en la puesta en escena y el diseño de la página. Y un dibujo moderadamente caricaturesco y virtuoso (lo pongo en relación con Regis Loisel). No pierde el norte: hay que contar algo, y hacerlo jugoso para el lector, con garbo.
A veces el cuerpo nos pide esto: la descripción (pormenorizada, la edición incluye un epílogo cargadito de información, también fotográfica, del evento) de un hecho curioso, atractivo o que por mor de la pericia de sus autores se nos vuelve atractivo con la lectura. Y lograrlo es loable.