Entre el año pasado y esto se están juntando ¿accidentalmente? varios cómics con un mismo tema, el del profundo vínculo que se forma entre un perro y su “amo” (una palabra que cada vez que la uso me rechina más y es gracias a estas obras). Ahí están los cómics de François Schuiten, Gláfira Smith o Natalia Velarde. Lejos de producirse sensación de repetición o recurrencia cada una de estos cómics me llena renovadamente de esperanza y de humanidad precisamente por ver entre todas ellas ese hilo común que es el amor profundo, así sin más.

Todas ellas, como la de José Luis Munuera (Jaén, 1983), curiosamente parten de experiencias autobiográficas (aunque la presente sea adaptación de una novela) y tienen esa vocación ciega de confesión y de fijar en la memoria, de la gestión del duelo a través de a partir del dibujo dejar testimonio de una vida. Todavía más de una relación. Y todas ellas, al final, con todo ese fondo común universal y poderoso toman su propio camino. En ese proceso de rendir homenaje, de acudir al costumbrismo, de dar rienda suelta al dibujo cada uno se proyecta una voz muy distinta, con ideas formales diferentes. Y por eso, leer una detrás de otra más me sorprende sin sorprenderme tampoco del todo. Para bien.

La de Munuera honrando las memorias de Cédric Sapin-Dufour está perfectamente defendida. Aloja todo el espectro de vida del protagonista animal y eso incluye, por supuesto el antes y el después desde la perspectiva del protagonista humano. Busca conformar un relato amable con sus incertidumbres puntuales, que en el recorrido de una década son de j drama relativo. El objetivo es captar la cotidianeidad de una vida y como eso se mete bajo la piel. Y para ello, destacan dos aspectos de la obra: el acierto en el ritmo a través de la amplitud de los marcos y el atmosférico uso del color que brilla por sus juegos con la luz.

Su olor después de la lluvia se constituye así como un cómic que alcanza su humanidad también por su desempeño visual.