El periodista Ricard Ruiz Garzón publicó en el año 2005 Las Voces y el laberinto (Plaza & Janés). Tras el suicidio de un amigo, el autor indagó en el universo de los trastornos mentales y compartió el testimonio de 15 enfermos. Trece años después el dibujante Alfredo Borés recoge el testigo y adapta su obra en el que supone un extraordinario debut en el mundo del cómic, de la mano de Sapristi.
Borés nos presenta aquí 5 historias que giran entorno a la esquizofrenia, cinco relatos que nos plantean un recorrido gráfico por los recovecos de los trastornos mentales y la locura, con dureza pero sobre todo con mucho respeto hacia los afectados. En ellas el autor nos hace partícipes del sufrimiento, el miedo, el desconcierto y la soledad que acaban provocando las enfermedades mentales y, como daño colateral, el estigma social que acarrean. Y es que si hay un punto donde pone el dedo en la llaga es la denuncia de los prejuicios y falta de empatía de la sociedad ante este tipo de pacientes, a los que no entiende y a los que prefiere no ver. La lucha es doble: contra el trastorno y contra los estragos que provoca en el entorno de los afectados. Es evidente que falta mucho camino para llegar a la normalización. Mención especial merece el capítulo “Mamá”, durísimo, pero a la vez increíblemente ilustrativo sobre los daños colaterales: padres que deben aceptar que sus hijos no serán lo que habían imaginado y que deberán luchar contra el desconocimiento y la frialdad e incapacidad del sistema sanitario.
No hay ni sensiblería ni recreación en aspectos trágicos. Relatos de angustia , de paranoia, de dolor, pero también de reivindicación de ganas de vivir con normalidad
El gran acierto de Las Voces y el laberinto es poner el énfasis en los que sufren esta enfermedad. El dibujo, excelente, plasma a la perfección el dolor y los estragos que provocan esas “voces” . Mediante bocadillos en fondo amarillo que se cruzan con los diálogos en fondo blanco y una gran agilidad para los recursos gráficos, Borés consigue transmitir al lector la sensación física de mentes que sufren y se descomponen. Y lo hace, como hemos comentado, con mucho respeto. No hay ni sensiblería ni recreación en aspectos trágicos. Relatos de angustia , de paranoia, de dolor, pero también de reivindicación de ganas de vivir con normalidad. Su lectura no es un paseo ocioso y placentero. Y deja poso. Y esto, en tiempos de exceso de inputs donde parece que nuestra capacidad de retentiva va cada día a menos, dice mucho a favor de este trabajo.