Es 1856 y una chica se encuentra con un esqueleto en el bosque. Un esqueleto que habla, que camina y que quiere ver las estrellas. Así empieza The Black Holes. O tal vez no, tal vez empieza en 2016 con tres amigas formando un grupo de punk en el sótano de una de ellas, debatiendo si tienen el nivel musical suficiente para hacerlo.

Sea como sea, en The Black Holes pasado y presente (o presente menos dos años) avanzan en paralelo, cruzándose de formas más o menos obvias, pero la verdad es que estamos ante una de esas obras en las que el argumento es casi lo de menos. Borja González (Badajoz, 1982) ha creado una obra en la que no importa tanto llegar al final si no lo que encontramos por el camino.

Hay algo de poema en The Black Holes. Sus escenas, sus personajes, riman unos con otros. A veces visualmente, otras en cuanto a similitud de caracteres, personajes o detalles, pero la verdad es que González consigue que nos sentemos ante el pequeño teatro que ha montado para nosotros (los personajes siempre se mueven lateralmente, como formando parte de un montaje teatral, casi como si estuvieran encerrados en la pantalla de un videojuego en dos dimensiones) y acabemos inmersos en la madeja de hilo que poco a poco va destejiendo. Un hilo que une pasado y futuro y personajes que no ocupan el sitio que les corresponde, algunos por demasiado avanzados, otros por esa mirada continua al pasado que es la nostalgia. Teresa es una chica con ideas demasiado avanzadas para el año 1856, Laura vive en una sociedad, la nuestra, anclada en la nostalgia, con un grupo amateur que se mueve en coordenadas musicales ancladas en el punk de los 70, las recreativas antiguas y el Cosmos de Carl Sagan.

Visualmente, el cómic juega, como decíamos, en escenarios casi teatrales, enmarcados en composiciones de página que juegan a dar aire a los personajes a través de grandes espacios, con pequeñas viñetas que resaltan los detalles: personajes secundarios, sonidos o movimientos. Un estilo que recuerda, en el uso de la composición de página y la línea, al Mike Mignola más minimalista, moviéndose entre escenarios que mezclan la melancolía gótica de un cuento de Edgar Allan Poe con el aire solitario de los suburbios norteamericanos de las películas de los años ochenta.

Durante todo el tebeo González hace un uso muy inteligente de una paleta limitada de color, separando líneas temporales, escenarios e incluso personajes con una paleta de colores cerrada pero muy efectiva. Su manera de colorear recuerda en cierto modo a la de otro autor español, Antonio Hitos. Hay algo en estos colores que nos remite sobre todo a la primera obra de Hitos, Inercia. Una obra que, dicho sea de paso, recomendamos fervientemente y aplaudiendo mucho.
Como ya habréis visto en las imágenes, otra de las peculiaridades de los personajes de González es que carecen por completo de rasgos faciales. No tienen cara, por lo que el reto de dotarlas de expresividad es aún mayor. Al no haber caras, no hay primeros planos de expresiones. Como lectores nos mantenemos un poco apartados de la acción, viéndola pasar ante nosotros, “espiando” a los personajes. Una vez más, el teatro. El autor se sirve de la expresión de los cuerpos de las protagonistas, de su forma de hablar, de vestir y de moverse para dotarlas de presencia, cuerpo y vida. No hace falta verles la cara para identificarlas y eso es sin duda un acierto de Borja González.


The Black Holes
es, además, un cómic lleno de imágenes potentísimas. González demuestra una sensibilidad especial a la hora de crear personajes y momentos icónicos, juega a sacar los personajes de contexto con un resultado bellísimo. Ya sea un fantasma paseando con un teclado por un bosque, una conversación con un esqueleto o un dinosaurio contemplando un lago, el autor despacha un buen montón de imágenes para el recuerdo que, unidas, van dando lugar a una narración fluida que nos obliga a ser partícipes de ella, a buscar entre los textos y las imágenes esas relaciones que nos permitan entender qué está pasando en la historia.
Aunque puede que, al fin y al cabo, descubrir qué pasa y por qué pasa no sea lo más importante de The Black Holes. Tal vez sea suficiente dejarse llevar por la historia y crear nuestras propias explicaciones, terminar y volver a empezar el viaje, porque The Black Holes es un cómic abierto a muchísimas lecturas, en todos los sentidos que queráis dar a esa expresión. No es un cómic que nos lo da todo mascado pero, precisamente por eso, leerlo y perderse por sus páginas, como sus protagonistas se pierden por el bosque, es una experiencia que invita a repetirse, perdiéndonos en las referencias, los espacios y los viajes que propone. Una obra bellísima, llena de magia, absorbente y enigmática.
No es difícil aventurar que por lo atractivo de su propuesta The Black Holes acabará muy probablemente en muchas listas de lo mejor del año dentro de unos meses. Este es definitivamente el “aquí estoy yo” de un autor que demuestra una voz propia y un estilo singular. Para aquellos que se sientan a gusto en su mundo, pueden rescatar su obra anterior, La Reina Orquídea (El Verano del Cohete 2016), además de su Menneval, un pequeño cómic de 20 páginas que acaba de editar Spiderland/Snake, mientras esperamos con ganas su próxima obra larga.

The Black Holes es una apuesta sugerente y atrevida que destila belleza en cada página. Una obra que invita a reflexionar sobre la nostalgia, el acto de crear y las herencias entre pasado y presente. Un agujero negro al que realmente vale la pena asomarse.