Adrian Tomine (1974, Sacramento, E.E.U.U) ha llegado a una edad en la que ya puede mostrarse tal y como es, sin tapujos ni trabas. Hace años ya que se peina la barba y dibuja o musita conversaciones y situaciones, mientras acompaña a sus hijas al parque o acarrea bolsas yendo o volviendo de la compra.
Han caído muchas hojas del calendario desde el primer número de su antología Optic Nerve a principios de los noventa, y las miserias que ha vivido en giras de promoción, sesiones de firmas, charlas y coloquios más o menos académicos y entregas de premios podrían llenar dos o tres libros sin problema.

En una reciente y sustanciosa conversación con su colega Seth, Tomine confesaba que por primera vez en su carrera, durante la realización de este La soledad del dibujante, no había tenido que ingeniárselas las para llegar al número de páginas pactadas con el editor; al contrario, el esfuerzo mayor fue dejar situaciones fuera de la selección final de anécdotas.

En esta ocasión Tomine hila muy fino y afila de mala manera su causticidad, ya que, al fin y al cabo, es él mismo el objeto de escarnio. Aquí se aleja por completo de su habitual asepsia en el enfoque narrativo y emocional, para remitirnos directamente al Woody Allen de los 70, tocado por el genio en comedias bien medidas, capaces de arrancar carcajadas a los muertos.

Dibujado y ordenado de manera cronológica, a medida que avanza la lectura crece la preocupación de empezar a ver que la vida ya no es una pendiente ascendente interminable, sino que empieza el descenso con final a la vista, aún lejano, pero con la muerte insoslayable bien plantada.

Para aligerar el conjunto, Tomine nos remite al principio de la obra, redondeando la lectura, creando así un artefacto perfecto, envuelto como si fuera un sencillo cuaderno de notas. La desinhibición y el tono confesional del guión contagia también el dibujo, más sintético y preciso que nunca, donde el californiano rinde tributo a uno de sus ídolos confesos, Jaime Hernández.
La edición de Sapristi  es más que acertada, aunque ha prescindido del cierre del cuaderno con goma y también de la referencia a la novela en la traducción del título. Detalles menores.