Uno pudiera pensar al diseccionar el fenómeno Zerocalcare (y en especial al leer este último tebeo suyo publicado ahora en España, pero original de 2012) que su éxito depende de todo esté cluster de la nostalgia, de que es fácil proyectarse en un protagonista que vivió lo mismo que su público lector, con sus mismas aficiones y experiencias similares de adolescencia. Que nos gusta porque nos habla en su mismo lenguaje y desde nuestro mismo universo. Pero leyendo Un pulpo en la garganta (y valorando que todo eso, claro, puede tener algún peso) me queda claro que hay un fondo más amplio pero también unas formas más amplias.
Zerocalcare (Arezzo, Italia, 1982) ha conseguido, de forma buscada o con naturalidad (me gustaría pensar que esto último) una forma de dirigirse al lector muy amigable, una cercanía que nos pone en la piel de un amigo que escucha los problemas al otro y le echa un cable, si puede. La gracia es que en las diatribas de Zerocalcare anida tanto la cuestión del problema como las posibles soluciones y consigue así que un medio unidireccional parezca un diálogo, porque todo o parte de lo que surgen de sus conflictos es lo que nosotros le pondríamos sobre la mesa. O no. Porque a veces con escuchar ya se hace mucho.
Un pulpo en la garganta es considerada por muchos la primera gran obra del autor. Es, como otras, una autoficción que emplea las memorias del autor, en este caso, de la infancia, para trazar una suerte de thriller con sede en las vidas cotidianas. Además de ir más allá en las formas, también lo va en el fondo. Y por ello, es algo más que un misterio a resolver, es una disertación sobre el sentimiento de culpa y especialmente sobre como nos puede trastocar guardarnos algunas cosas, algo que Zerocalcare explora en obras posteriores.
Así, es muy probable que esta obra tanto en planteamiento como en temática fuera la base de cómics como Esqueletos, más recientes, y por lo tanto piedra angular de su obra en general.