Que gran noticia es siempre la aparición de un libro de historietas de Camille Vannier (París, Francia, 1984) con el que poder seguir las peripecias de su vida. Nada fuera de lo común, pequeñas vivencias urbanas, el día a día de la precariedad de los adultos del siglo XXI. Pero estamos hablando de Vannier, que despojada de toda vergüenza, convierte esas pequeñas miserias diarias en una obra de arte del humor y de ese picorcillo de vergüenza ajena y de placer culpable, ese schadenfreude que llaman los alemanes, en el que hábilmente te lanza directamente. Con mucho desparpajo y simpatía, te desmonta y se convierte en una heroína de nuestros días.

En este tomo recoge historietas en torno a tres ejes titulados Ruin, Loser y Borracha, que recogen distintas anécdotas, algunas de ellas ya aparecidas en sus fanzines. Con esos títulos ya sabemos a que atenernos, y aún así la sorpresa está asegurada. Y la carcajada también. Vannier domina los tempos del gag como nadie, con ese dibujo expresionista de lápices de colores, de trazo rabioso, con la que domina el gesto y el estado de ánimo, y que complementa de forma inseparable el humor de sus anécdotas. Lo que le pasa a Vannier solo le puede pasar a ella, pero es que además solo ella sabe contarlo para que todo funcione como un reloj. Los tebeos autobiográficos son todo un género en sí, y en general los autores, en su modestia, se suelen retratar en mayor o menor medida como seres imperfectos, con cierta graduación, desde el yerno perfecto de Paco Roca en pijama a los más autovergonzantes como Chester Brown o Joe Matt, por citar algunos. Pero ninguno de ellos llega a lo que consigue Vannier, hay que estar muy segura de una misma para llegar a ser tan salvaje y autocrítica, además siendo cercana, podríamos haber estado en su misma situación, y puede, solo puede, que hubiésemos hecho lo mismo, consiguiendo provocar la carcajada.

Y eso es lo más importante de este libro, más allá de la posible crítica de fondo que puede haber a la situación laboral de una generación, de lo deshumanizante que es la vida en la ciudad, o de lo loco que nos vuelve el capitalismo, que de todo hay. Pero no importa, lo importante es la risa que consigue en el lector, no es fácil hacer reír. Cuando alguien lo consigue con el desparpajo y el espíritu gamberro que luce Vannier dejar pasar la ocasión si que es de ser Imbécil.