La memoria personal siempre tiene aristas, nos habla del paso del tiempo, y al recordar hay que lidiar con la nostalgia y con la melancolía. Oliver Añón (Barcelona, 1982) recurre a la poesía para lidiar con sus recuerdos de infancia y juventud de forma gráfica a través de este cómic. Así rememora los veranos en el pueblo, las vacaciones con sus primos, la felicidad de la infancia y el paso a la adolescencia, con las primeras salidas nocturnas, el paso del tiempo y el declive de sus abuelos, los baños en el mar, el cambio de espacios y lugares, y los inviernos de pisos de estudiante. Y lo hace de forma caleidoscópica, como se teje la memoria, con fragmentos, con espacios que despiertan recuerdos.

La forma poética la encontramos no tanto en los textos (que sí son una prosa lírica minimalista que opta más por transmitir sensaciones que por describirlas) pero sobre todo la poesía está en el dibujo, en el uso de solo tinta negra, en un minimalismo que busca mucho espacios, espacios que se ven en las páginas acumulando viñetas y dejando mucho vacío en la página, un juego que hace que el tempo de lectura fluya de distintas formas, imprime distintos ritmos y marque esa conotación poética sin dejar de ser un dibujo claro y figurativo, donde los espacios son siempre protagonistas, tanto los físicos representados como los espacios de las viñetas, de las páginas, que dan protagonismo también a lo que no está. Como la memoria misma.

Otra recuperación de Bang de títulos publicados en gallego del Premio Castelao de Banda Deseñada, en este caso de 2018. Una recuperación de un cómic de vanguardia que explora nuevas formas de contar cosas, un tebeo autobiográfico diferente a lo que estamos acostumbrados a encontrar en las estanterías. Un paseo por la memoria de Añón que abrirá las puertas de la nuestra.

 

 

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