De cómo la diferencia se convierte en un problema para una parte de un colectivo y ejerce su poder de forma sistemática, violenta y despótica hasta conseguir exterminar cualquier atisbo de discrepancia del supuesto modelo de normatividad considerado como único nos habla Ramón Boldú (Lleida, 1951) en Bat Alan. Biografía de un asesinato social.

El subtítulo nos indica de forma clara la postura y la línea de lectura que nos apunta Boldú tras la investigación sobre las circunstancias de la muerte de Alan, un joven transgénero de 17 años fan de Batman, que en 2015 decidió poner fin a su vida ante la imposibilidad de seguir soportando la discriminación, el maltrato y la violencia en sus diferentes formas. No se trata por tanto de una obra centrada en el acoso escolar, sino de una tragedia gestada a fuego lento pero a ritmo inexorable desde los diferentes actores que componen todo colectivo humano. No solo a los agresores les corresponde la responsabilidad de inducir al suicidio a la víctima, sino que también forman parte activa del drama todos aquellos que han permitido llegar hasta ese punto gracias a su constante disculpa, a una mirada siempre centrada en otro punto para no afrontar las implicaciones de tener que tomar partido y actuar en consecuencia.

Con una perspectiva realista, fruto de una detallada tarea de exploración previa en el entorno familiar y social del protagonista, Boldú refleja un variado abanico de personajes que desfilan por la vida de Alan, con diferentes roles pero una característica común: su impasividad ante el acoso físico y psicológico que Alan padecía y el desgarrador sufrimiento que le provocaba. Lejos del apoyo del núcleo familiar y social más íntimo se dibuja el constante martirio ejercido desde el entorno escolar en forma de humillaciones y torturas de diferente índole, tanto físicas como psicológicas, pero también el silencio cómplice del profesorado y miembros de equipos directivos que incluso niegan las evidencias. El narrador omnisciente recorre desde la violencia del aula a la negación, pasando por la frustración derivada de las diferentes trabas burocráticas de la administración para configurar un complejo poliedro de puntiagudas aristas en cuanto a víctimas y verdugos se refiere.

Desde esta perspectiva, Boldú dibuja una historia que golpea en la mandíbula de su lector, con un interrogante en forma de reflexión punzante que le persigue tras cada viñeta en torno a los límites y responsabilidades de todos los integrantes de una sociedad ante la violencia injustificada y demuestra las dramáticas consecuencias de la complicidad pasiva: una muerte irreparable. Lejos de las coordenadas de su habitual estilo biográfico, Boldú se sumerge en una historia en la que el dolor y la tragedia permiten vislumbrar un rayo de esperanza a través de la toma de conciencia social, la empatía y sobre todo, la educación como arma de combate frente a la naturalización de discursos del odio y la diferencia.