El 20 de octubre de 2006, un ingeniero de Renault se quitó la vida en una de las plantas de la empresa, al sur de París. Tres meses después, un técnico hizo lo mismo cerca de la misma planta. La historia se repitió el 16 de febrero, cuando otro trabajador se suicidó en casa, dejando una nota donde explicitaba sus problemas en el trabajo.
Entre 2008 y 2009 volvieron a saltar las alarmas dentro de la empresa France Telecom, pero no fue la última vez. Entre 2013 y 2017 tuvieron lugar diez suicidios y seis tentativas más, también en diversas plantas de la empresa Renault.
Atraídos por estas “olas” de suicidios, el periodista Hubert Prolongeau (Bordeaux, Francia, 1962) y el guionista Grégory Mardon (Arrás, Francia, 1971) emprendieron una investigación sobre los hechos, y junto al dibujante Arnaud Delalande (Lusaka, Zambia, 1971) acabaron dando forma a Cuando el trabajo mata, una obra basada en los hechos anteriormente descritos.
Cuando el trabajo mata no sigue a ninguno de esos trabajadores en concreto, sino que construye una ficción basándose en sus casos. Para hacerlo, los autores eligieron a Antonio B., una de las víctimas, a partir de la cual construyeron un personaje ficticio que ayudase a contar una historia que podría ser la de cualquiera de ellos.
Así pues, en Cuando el trabajo mata seguimos el rápido ascenso en una empresa automovilística de Carlos Pérez, un joven ingeniero, hijo de inmigrantes españoles, que rápidamente encuentra su lugar en la compañía. El cómic narra cómo la maquinaria de acoso en el seno de la empresa se vuelve cada vez más insoportable hasta el terrible desenlace final.
La historia es devastadora. Página a página somos testigos de cómo los directivos exprimen a sus trabajadores como si fueran material desechable, sometiéndoles a una presión cada vez más brutal, como el gota a gota que poco a poco va desgastando una roca. Lo realmente aterrador es cuán suavemente y de manera imperceptible sucede todo. Cómo la dirección de la empresa va apretando poco a poco al trabajador hasta que este no puede más. Un relato de auténtico terror corporativo.
Los autores tejen una historia salpicada de saltos hacia adelante que nos llevan a los momentos clave de la vida laboral de Carlos. En este sentido, los autores no pierden el tiempo y van al grano, desarrollando la historia sin pausa en poco más de 100 páginas, lo que acentúa la sensación de que el protagonista se acerca sin frenos a un desenlace fatal.
El dibujante Arnaud Delalande consigue imprimir esta sensación de paso del tiempo a través de la caracterización de los personajes principales, sobre todo en sus expresiones faciales, donde podemos leer el deterioro paulatino del protagonista y de quienes le rodean.
Merece una mención especial el uso de un solo color para dividir escenas, marcando el paso del tiempo y consiguiendo algunas páginas realmente destacables.
Estamos ante una obra bien narrada y correctamente dibujada. No obstante, creo que su importancia va más allá de sus aciertos técnicos, que los tiene. Donde la obra resulta valiosa es en sacar a la luz una historia terrible en cuanto real, una sobre la que vale la pena poner el foco. Una obra para cuestionar un sistema en el que se obliga a las personas a ofrecer literalmente su vida para que la rueda del capital siga girando.El cómic cuenta una historia triste y terrorífica, pero es una obra a la que vale la pena dar una oportunidad. Un relato incómodo sobre una de las caras del capitalismo más salvaje que debemos conocer para activar todas las alarmas.
La obra ha sido editada con buen ojo por Garbuix Books en un tomo de tapa blanda con solapas en una edición más que correcta. Es una buena obra para los no iniciados en esto de los tebeos, que encontrarán una historia que tal vez no esperaban ver narrada en viñetas. La traducción corre a cargo de Montserrat Terrones y la maquetación y rotulado de Fernando Fuentes.
El tomo se complementa con un pequeño epílogo de Prolongeau que nos recuerda que lo que acabamos de leer no es una ficción: sigue sucediendo en empresas de todo el mundo, donde el trabajo sigue matando.