Resulta casi inevitable recelar ante un producto tan oportunista como este cómic. Los autores, el periodista Baptiste Bouthier y la ilustradora Héloïse Chochois, apenas ofrecen referencias previas (ella tiene títulos de divulgación científica), y desde luego eran completamente inéditos en el mercado español. El tirón de este cómic es 100% coyuntural. ¿Y necesitamos una novela gráfica sobre el 11-S que sale precisamente en el veinte aniversario de tan terrible acontecimiento? Como siempre una vez templamos el pulso y pensamos con frialdad, dependerá de lo que la obra nos ofrezca. 11 de septiembre de 2001. El día que cambió el mundo (el titulito tampoco mete muchas ganas en el cuerpo, francamente) es una de esas lectura que uno aborda bien por encargo bien por compromiso o por atención a servicio de prensa. Pero el avance de la lectura demuestra solidez. No excelencia, pero sí se presenta como un artefacto con ganas de tener su peso específico.
Lo más interesante de esta crónica del 11-S es cierto arrojo en el tono. O mejor, en su capacidad de cambiar el tono. El día que cambió el mundo comienza como la memoria en primera persona (casi colectiva para quien tiene la edad y recuerda) del atentado a las Torres Gemelas. Es un relato bien planteado, escrito y narrado, pero sin sorpresas y donde los autores parecen querer meterse en el bolsillo a un lector joven (ese que no tiene la edad ni el recuerdo) explicando aquel día. En esta gran primera parte no es un trabajo destacado. Tampoco malo: estiloso en las formas, didáctico. Sin embargo vas viendo cosas interesantes, guiños formales a los jugueteos de los autores más aventureros. Citar a Chris Ware es un poco exagerado, ¡mucho!, pero es verdad que Chochois ofrece artificios como la página 44 o sobre todo la doble página 132-133, que algo deben al genio de Omaha —o a las exploraciones de Kevin Huizenga. Se agradecen.

Y lo mejor del tebeo es el momento en que comienza a analizar y a posicionarse ante el intervencionismo de los Estados Unidos post atentados, y la deriva a la que nos ha llevado. Tampoco inventa nada pero evita que la obra se quede en una narración neutra y blanca. Porque si esto es un cómic didáctico pensado para lectores de secundaria, ha mostrado una vía honesta, posicionada y en absoluto neutra, en pos del debate en ese lector, que no se ha contentado con el retrato de un hecho terrible. Es lo más sorprendente de una novela gráfica nacida, a priori, para no sorprender en nada y reclamar con un modelo casi clickbait (“cómprelo en el 20 aniversario, ¿dónde estaba usted cuando…”?). Y consigue no ser eso.