Toda mitología superheroica que se precie debe tener un pasado a su altura, y Black Hammer’45 está diseñado precisamente con el objetivo concreto de dotar de cuerpo histórico a la serie madre iniciada por Jeff Lemire (Essex, 1976) y Dean Ormston (Yorkshire, 1961) en 2016. El guión se retrotrae concretamente al final de la Segunda Guerra Mundial, un periodo que conserva todavía un hálito épico para el imaginario estadounidense y que se presta con facilidad al heroísmo novelesco.
Tomando como lejanísima inspiración el Blackhawk de Mark Evanier y Dan Spiegle, anterior a la cínica revisión de Howard Chaykin, el relato se desarrolla a partir de los recuerdos de uno de los protagonistas, jugando, por lo tanto, con dos tiempos narrativos diferentes. El tono melancólico del presente pretende servir de contrapunto a la vitalidad de las hazañas bélicas pretéritas que son las que llevan el peso del tebeo y, al revés, las dosis de acción buscan impedir que la historieta se pierda por los laberintos de la melancolía.
En un principio, parece que Lemire ha logrado cierto equilibrio entre ambas propuestas, sin embargo, muy pronto se demuestra que el invento no funciona, y a medida que se suceden los capítulos el armazón va perdiendo una pieza detrás de otra. La miniserie parece estar siempre esperando el momento justo para despegar y no acaba de hacerlo nunca. Puede que sea por el estilo de dibujo de Matt Kindt (Cheektowaga, 1973) que no es precisamente el más idóneo para este tipo de cómics, o tal vez el poco convencimiento de Lemire a la hora de introducir las cuestiones más peliagudas. Sea como fuere, el universo blackhammeriano tendrá que esperar una mejor oportunidad para reconstruirse.