Pareciera como si Jeff Lemire (Essex County, 1976) se hubiera multiplicado. A lo largo de este año han coincidido en el mercado español una buena cantidad de tebeos firmados por el prolífico historietista canadiense en diferentes etapas de su carrera. Sumando sus aportaciones al remozado universo Valiant (Bloodshot Reborn, Book of Death), los guiones para los grandes sellos (Muerte de X, Thanos: El regreso, Liga de la Justicia: La guerra de la trinidad) y las colaboraciones con Image o Dark Horse, queda claro que se está convirtiendo, sin duda, en uno de los escritores de moda dentro del panorama norteamericano. En ese listado de novedades y reediciones coexisten lógicamente los encargos con los trabajos de cariz más personal, libres de las cortapisas que las licencias y las franquicias imponen per se, como Descender, Black Hammer o Plutona, aunque puedan incluirse, al menos los dos últimos títulos, dentro del mismo género narrativo que los apuntados al principio.
Así, mientras por un lado ayuda a mantener con vida a los iconos clásicos de DC o Marvel, por otro trata de desmitificarlos, de diseccionarlos, por personaje interpuesto, y de mostrar sus intimidades. Ese es de hecho el principal objetivo que persigue en estas últimas series, el de renovar alguno de los pilares básicos del entorno superheroico.
Dicha tarea, por supuesto, es sumamente compleja. Tengamos en cuenta que los cómics de superhéroes cuentan (casi) con ocho décadas de historia a sus espaldas, se puede decir que ya está prácticamente todo contado, tanto si se intenta idear algo nuevo como si se busca no repetir lugares comunes ni ideas trilladas. No se trata pues de reformar por completo un corpus complejo, revisitado y reescrito en infinidad de ocasiones sino de presentarlo de otra manera, con otro código, utilizando, en muchas ocasiones, técnicas o vocabularios extrínsecos al mismo. Más si cabe cuando se pretende ampliar el cada vez más reducido número de lectores, abriéndose hacia colectivos no familiarizados obligatoriamente con los enmascarados. Dada la dificultad, entonces, de lograr algo mínimamente original, ya sea remendando pedazos gastados o añadiendo nuevos, Lemire, que al fin y al cabo ha trabajado con los grandes (desde la Liga de la Justicia a los mutantes marvelitas pasando por Batman o Lobezno) entiende que lo más recomendable es operar con modestia.
En Black Hammer, por ejemplo, el experimento le ha salido relativamente bien. Tomando como punto de partida uno de los ejemplos tradicionales, el del grupo de súper poderosos con personalidades discordantes (la Patrulla Condenada o, de nuevo, los Hombres X), imagina un contexto inédito al tiempo que homenajea a alguna de las cabeceras históricas de la Golden y la Silver Age, sabiendo crear la atmósfera apropiada, dosificando la información y haciendo crecer a los personajes.

Con Plutona, en cambio, las cosas funcionan de otra manera. Para empezar, es una serie limitada de seis números, lo cual ya condiciona el desarrollo de los protagonistas, y para acabar, es una aproximación desde fuera, es decir, que los protagonistas no son los propios héroes sino la gente corriente, ahondando en las consecuencias que la existencia real de los paladines voladores tendría sobre ellos.
A diferencia de Marvels, el cómic por antonomasia en este sentido, en el que Busiek y Ross optaban por la épica y la constante sensación de maravilla que las acciones de los superhombres dejaban en los viandantes, aquí Lemire elige el reverso sucio, el de las secuelas menos agradables. Se fija en una panda de chavales que un mal día hallan en el bosque el cadáver de una superheroína. Se produce el choque entre la esfera real y la fantástica, pues hasta entonces las hazañas de los vigilantes les eran totalmente ajenas, como de otro mundo. Sus vidas, vacías y desesperanzadas, cobran un nuevo sentido, y cada uno de ellos reaccionará de manera diferente frente al hallazgo. La premisa le sirve a Lemire para proponer muchos otros temas, desde la amistad al inevitable tránsito hacia la madurez, aunque siempre, y ese es su principal defecto, deprisa y corriendo.

Pese al buen arranque, el relato acaba resultando reiterativo y, lo que es peor, aburrido. Se empecina en perfilar a los niños con su particular estigma, físico o psicológico, como si sus palabras o su manera de actuar no fueran suficiente para definirlos. Plantea asimismo muchas cuestiones sin acabar de concretarlas, sin demasiada confianza en la historia que ha escrito. Los incisos que él mismo se ha empeñado en dibujar -pese a sus limitaciones- aportan más bien poco al conjunto, por no decir que acaban entorpeciendo el desarrollo global. Y el dibujo de Emi Lenox, algo más dotada que el propio Lemire, aunque igual de aséptica, no ayuda demasiado a mejorar el resultado.