En varias de las entrevistas que le hicieron a Julie Doucet (1965, Montréal, Canadá ) con motivo de la salida en 2015 del primer tomo de sus obras completas, tanto en medios generalistas como especializados, ella misma reconocía, entre otras cuestiones, que no se explicaba, con la perspectiva que da el tiempo, cómo pudo desnudarse (metafóricamente) tanto como lo hizo. Insistía asimismo en su desconcierto ante el nivel de explicitud alcanzado en algunas de sus revelaciones, o el interés que las mismas pudieran generar entre los lectores, y añadía que los trabajos que a día de hoy más apreciaba eran los primerizos, los incluidos precisamente en dicho volumen, más frescos y divertidos, decía, que los recogidos en el siguiente. Sin embargo, los hechos son tozudos, y este nuevo y último libro se empeña en contradecirla. Porque, pese a lo que pudiéramos sospechar si interpretáramos al pie de la letra esas declaraciones, en estas historietas realizadas sobre todo en la segunda mitad de la década de los noventa no se produce el tan temido aburguesamiento, ni nada semejante a la autocomplacencia. Tal vez se aprecia una modulación del volumen, una consolidación de su lenguaje personal y una maduración en las formas y en el dibujo, pero sin acomodarse, manteniendo siempre esa agradecida espontaneidad tan reconocible en sus inicios.

A Julie Doucet la descubrimos en España a través de aquel extraño y glorioso artefacto que fue Nosotros somos los muertos, en concreto en el número dos, compartiendo espacio con Anke Feuchtenberger, David B., Max, Keko, Laura o Thomas Ott, por nombrar solo a unos cuantos cómplices. En ese contexto sus asfixiantes escenarios en furioso blanco y negro no solo encajaban a la perfección sino que aportaban al conjunto un mayor grado de radicalidad. Más adelante, los mismos responsables de dicha cabecera, Max y Pere Joan, editaron bajo su sello Inrevés Edicions Diario de Nueva York y El caso Madame Paul, los dos libros más conocidos dentro de la bibliografía de Doucet, y también, si queremos definirlos así, los más clásicos. Ambos títulos conforman el grueso de este segundo recopilatorio, que se completa con historietas breves, algunas de las cuales permanecían inéditas, e incluso otras realizadas ex profeso.
En la gran mayoría de ellas sus obsesiones siguen siendo las mismas, y ya sea en la brevedad del relato o experimentando con cómics de mayor extensión, continúa expresándose libre e independiente. Es evidente el progresivo abandono de los pasajes oníricos para centrarse en la cotidianidad, en la descripción de su vida diaria, en el retrato social, en la crónica urbana, en la que se apreciará una evolución personal que no conseguirá convertir sus dudas de juventud en certezas adultas. Sigue mostrándose tal y como es, insegura, tímida, desconfiada, lo cual no impide que frente al lector se deshaga de cualquier complejo y exponga sus intimidades sin temor a ser juzgada, o sin importarle que así sea. En determinados pasajes de su primer diario neoyorquino confiesa que tiene miedo a salir sola a la calle, a cruzar la mirada con desconocidos, y precisamente por ello la historieta es por momentos claustrofóbica, también por su propia situación sentimental, con páginas habitadas por recuadros de dimensiones fijas, siguiendo un mismo esquema. Escenas repletas de detalles, sin lugar para espacios neutros. Escenas domésticas entre cuatro paredes, en habitaciones desastradas, sucias, agobiantes. Paulatinamente, a partir de El caso Madame Paul, basada en la descripción de sus relaciones vecinales, tremendamente divertidas, aunque esa no sea su intención principal, y repletas de personajes peculiares, irá liberándose de la opresión, abrirá el marco y dejará entrar más luz, pues el guión así lo exige.

Ese será el preámbulo para la última etapa de su carrera. Tras dos años de silencio retornará esporádicamente con un aire y un estilo nuevo. Sólo líneas, sin sombras ni rellenos, que parecen ampliar los márgenes de las planchas, darle oxígeno. Hasta el punto que introduce, o mejor dicho, suprime elementos clave en su manera de planificar la página: ya no hay cuadrículas, sólo dibujos sin marco que pueden incluso ocupar toda el área disponible o rodearse simplemente de blanco. Evoluciona desde el horror vacui hacia un trazo más estilizado, sintético, aunque sin renunciar a una de las características más reconocibles de su dibujo, los pequeños objetos accesorios (papeles, objetos, cuadros, cajas) que pueblan las viñetas y llenan los rincones. El nuevo siglo supone un cambio y el inicio de su despedida de los tebeos. El retorno a Nueva York para trabajar con el cineasta Michel Gondry es tal vez el epílogo perfecto, por cuanto resulta lo suficientemente explícito para confirmar, para explicar, la evolución definitiva de Doucet. De hecho hay un momento en el que ella, pese a ser la narradora, desaparece de escena, convirtiéndose en una especie de presencia invisible, y la narración misma deja paso a una sucesión de apuntes, de ilustraciones.

Cortometraje realizado por Michel Gondry y Juliet Doucet
Julie Doucet cómics es un compendio necesario para conocer a una autora clave en la evolución del cómic underground norteamericano de finales del siglo XX, y que enlaza el origen de esa corriente, como descendiente directa de Crumb, con generaciones posteriores. Una historietista básica en la evolución del cómic autobiográfico contemporáneo, anterior a la popularización -si se puede calificar de ese modo- del slice of life, que llevó esa tendencia al extremo.