Que a un personaje tan denostado, por la cantidad de manos que se lo han rifado, le hagan a estas alturas un lavado de cara tan soberbio es algo digno de admiración.
El autor a quién debemos tan soberano rescate es Émile Bravo y el personaje rescatado no es otro que el mismísimo Spirou.
Creado originalmente por Rob-Vel para promover una revista infantil, Spirou no encontró su lugar en el mundo hasta que un tal Franquin se hizo cargo de su tutoría. Fue entonces cuando el personaje -junto con Fantasio, compañero infatigable- vivió sus mejores y mas gloriosos años.
El problema de Spirou, en relación con otros grandes titanes de mundo del tebeo Belga, -véase Tintín sin ir más lejos- es que siempre ha sido y será huérfano, tanto dentro como fuera del tebeo. Básicamente porque los derechos del personaje son propiedad exclusiva de la editorial (Dupuis) y no de su creador original. Desde la muerte de Franquin -el mejor padre adoptivo que jamás pudo tener- Spirou ha transitado por registros insospechados y grotescos. Series televisivas de animación aberrantes y versiones infantiles horrorosas (Le Petit Spirou) enfocadas únicamente al merchandising de productos varios.
Se imaginan la cantidad de catástrofes que se podrían haber firmado bajo el epigrafe de Tintín si Hergé no se hubiera cuidado muy mucho de certificar su paternidad de su puño y letra.
Por suerte, Émile Bravo (autor del celebradísimo “ Mi mamá está en América y ha conocido a Búfalo Bill“) ha aceptado el reto de contarnos los orígenes del personaje en “Spirou Le journal d’un ingénu” y lo ha hecho de forma tan magistral que se podría decir incluso que le ha devuelto la vida. Con un dibujo que es todo un homenaje a la línea clara del primer Franquin, de Chaland o incluso de Hergé. Con un dominio completo en lo que a ritmo y guión se refiere. El tebeo podría pasar perfectamente por ser la auténtica génesis del personaje. Si me lo cuela alguien en una librería de viejo, con las tapas desgastadas y sin indicios del autor creería realmente que estoy leyendo el Spirou “avant la lettre”, el eslabón perdido entre la creación de Rob-Vel y la de Franquin.
Bravo recupera aspectos tan subrayados de la personalidad de Spirou como la ingenuidad que imperaba en sus primeras aventuras pero añade también arriesgados detalles biógraficos al personaje, por ejemplo su primer encuentro con Fantasio.
Es esa mezcla de respeto y riesgo sin temor del que se siente seguro atrapando las riendas del personaje lo que convierte a su versión de Spirou en un artefacto de poderosa facturación. Mención a parte merecen las constantes alusiones a Tintín que salpican toda la historia; Émile Bravo se atreve incluso a vestir a Spirou al puro estilo Tintín con bombachos y camisa en un gesto de ironía que tiene incluso algo de reivindicativo. La sombra del reportero del petit vingtième siempre ha planeado sobre la del botones del hotel moustique, la fama, el prestigio y el reconocimiento siempre han sido para Tintín en detrimento de un Spirou que, al margen de sus años dorados, ha sufrido los avatares de ser lo más parecido a una franquicia en lo que a héroes del cómic europeo se refiere.
La fantástica versión de Émile Bravo de los orígenes de Spirou se enmarca dentro de la serie “Une aventure de Spirou et Fantasio par..” a través de la cual la editorial Dupuis ponía su personaje fetiche al servicio de distintos autores. Por la serie han pasado Vehlmann y Yoann, Frank Le Gall y Tarrin y Yann. Planeta Agostini ha anunciado la publicación en castellano de esta serie para finales de año.
Reseña de “Le Journal d’un ingénu” en La Cárcel de Papel
Émile Bravo en Lambiek