A los que creímos ver en El botones de verde caqui una continuación no reconocida de Diario de un ingenuo, Émile Bravo (París, 1964) nos ha dejado en evidencia. Sus planes iban mucho más allá y aquella magnífica toma de contacto con el popular personaje no era más que el prólogo de una ambiciosa tetralogía situada durante los años de la Segunda Guerra Mundial, de la que ahora nos llega la primera parte. Además, leyéndola, nos daremos cuenta de otro importante matiz: en realidad, la versión de Yann y Schwartz era el reverso cáustico de la interpretación de Bravo, sustituyendo el clasicismo y la jovialidad de éste último por la violencia y el humor negro.

El propio historietista francés lo corroboraba en una conversación con Tristan Cardona para Zona Negativa, en la que confesaba que el propósito de toda la obra consistía en ir dándole forma al Spirou anterior a la etapa de André Franquin, “contar cómo un niño que es botones se convierte en un aventurero humanista”. Así que teniendo en cuenta que el genial artista bruselense heredó la serie en 1946 y que durante la contienda se prohibió la publicación de Le Journal de Spirou por no someterse a las directrices de las nuevas autoridades, era lógico que el argumento se desarrollara durante la ocupación nazi de Bélgica.

Desde los álbumes de Jules, pero también con anterioridad, las historietas de Bravo tenían en común una innegable confianza en el futuro, aun cuando describieran situaciones tristes, actitudes poco edificantes u oscuros porvenires. Siempre lograba transmitir un rasgo ilusionante e incluso abiertamente tranquilizador. Sin renunciar a dichos principios, decide en esta ocasión aplicarlos a episodios del pasado relativamente cercanos, capítulos históricos complejos, polémicos y difíciles, para comprobar cuáles son los efectos. Sin embargo, pese a conocer los hechos de antemano, desde el mismo contexto hasta la resolución definitiva de los conflictos descritos, renuncia a actuar con ventajismo y en lugar de aprovecharse de la posición que ocupa respecto a los acontecimientos decide plantear la narración al modo de un recorrido paralelo al del protagonista. Casi un diario confeccionado jornada a jornada, que es al mismo tiempo relato iniciático y comedia lubitschiana a costa de las incongruencias de las ideologías totalitarias.

una auténtica odisea aventurera en la que privilegia valores universales como el compañerismo, la amistad o la solidaridad

A base de diálogos, de escenas de acción, de encuentros y anécdotas, de homenajes obligados y agradecibles, principalmente a Hergé y a Tintín (las referencias a Le Soir, al movimiento scout o a Le Petit Vingtième), Bravo construye un tebeo tierno, sutil, emocionante y atrevido. Narra una auténtica odisea aventurera en la que privilegia valores universales como el compañerismo, la amistad o la solidaridad, los únicos  asideros a los que podrá sujetarse Spirou a medida que todo se desmorone a su alrededor. Porque aquí, recuérdenlo, no es todavía el héroe al que estamos acostumbrados sino un simple muchacho que se ve sorprendido, al igual que la mayoría de sus compatriotas, por la rapidez con la que la guerra ha llegado a la puerta de sus casas.

Siguiendo ese planteamiento este capítulo inicial de La esperanza pese a todo consigue convertirse en un relato veraz de cómo se desarrolló la invasión y de sus consecuencias inmediatas: la deportación de la población judía, el éxodo hacia las áreas rurales, el protagonismo de los grupos colaboracionistas o la fractura social. Un alto grado de fidelidad histórica, de dramatismo también, que no está reñido con el característico sentido del humor de Bravo, muy visual, monopolizado por Fantasio, ni con la incorporación de determinadas metáforas (¿caeríamos en la sobreinterpretación que denunciaba Umberto Eco si señaláramos en este sentido la manera cómo se representa a los soldados de la Wehrmacht, casi permanentemente ensombrecidos, con los rostros irreconocibles?).

Hace poco más de un mes se lanzó al mercado francófono la segunda parte de la saga, que continúa en el punto exacto en el que se cierra la precedente. Con dicho recurso Bravo se ratifica en el papel de cronista objetivo y privilegiado, ocupado en dotar de contenido, de pasado, a uno de los principales iconos del cómic europeo. Lo está consiguiendo con creces y lo mejor es que todavía le queda mucho por descubrir.