Todos tenemos un pasado, incluso Pacome Hegesipo Adelardo Ladislao, Conde de Champignac, uno de los secundarios más interesantes de cuantos debutaron en la serie de Spirou cuando André Franquin era su máximo responsable. En aquella larga etapa, y gracias a la rabiosa modernidad e innovación de su trabajo, el maestro bruselense ya dejó grabado en piedra incluso el mismísimo porvenir de esos personajes. Así que, ante la dificultad de sortear el monumento franquiano, parece que la única posibilidad que quede ahora en pie sea la de mirar atrás (sin ira), esperando encontrar allí filones todavía por explotar.

Casi en paralelo al desarrollo de la excelente La esperanza pese a todo, donde se recrean los años mozos del propio Spirou y de su inseparable Fantasio, David Etien (Paris, 1981) y BéKa (seudónimo de la pareja formada por Caroline Roque –Perpignan, 1975- y Bertrand Escaich –Saint Girons, 1973-) deciden rebuscar en la juventud del susodicho Conde justo por la misma época en la que Émile Bravo ha situado su ficción, durante la ocupación alemana de Bélgica. De hecho, hay algún simpático cameo que podría hermanar ambas aventuras pero que no lo consigue porque mientras una ha sabido conservar el espíritu original aderezándolo con valiosos hallazgos propios, la otra ha perdido por el trayecto la esencia del modelo de referencia sin haber descubierto un sustitutivo eficaz.

Tal vez, el principal inconveniente sea que se quieren contar demasiadas cosas y presentar a demasiados actores y además con cierta pátina historicista. Al guión le cuesta mucho arrancar, recreándose en los prolegómenos, y cuando lo hace ya no lo queda tiempo (ni espacio) para reaccionar, quedándose a medio camino entre la comedia sin gracia y el suspense sin intriga.

Pero estamos solo al principio. A buen seguro que en los siguientes álbumes, cuando se plantee una narración de largo recorrido, se alcanzará una mayor sintonía entre guionistas y dibujante y se aprovechará mejor el potencial del protagonista, sobre todo si consiguen desembarazarse de ese empeño por el realismo histórico que en esta primera entrega entorpece enormemente el ritmo.