“The Lonesome go” es un largo viaje -de hecho su autor toma prestado el título de una vieja canción folk que hablaba sobre viajar en trenes de carga-. Una búsqueda que terminará siendo también un homenaje a un estilo de vida sustentado por los mitos fundacionales norteamericanos poblado por nómadas solitarios, perdedores, camorristas aferrados a sus cervezas, mujeres tristes y solitarias que ansían algo de compañía en bares de luces rojas, viajeros de aspecto desastrado que se hospedan en habitaciones de hoteles baratos… Es inevitable que durante su lectura revivan en nuestra mente estos y otros estereotipos forjados en las miles de películas que han conformado la esencia de ciertas atmósferas comunes norteamericanas -John Ford, Elia Kazan, los hermanos Cohen o David Lynch, entre otros directores, son los culpables de ello-.
Las historias incluidas en “The Lonesome go” proceden de antologías y publicaciones en las que en su tiempo colaborara Tim Lane, siendo ahora, por fin, al leerlas agrupadas y en orden sucesivo, cuando estas ganan en profundidad y mejor nos ofrecen el complejo universo creativo de su autor.
Aunque a este cómic se le ha tildado de “cómic literario”, Tim Lane va aún más allá y trabaja con maestría cada género en él incluido. Así, el autor se aprovecha magistralmente de la pedagogía que las infografías le ofrecen para detallar algunos de los mitos americanos: las motos Harley Davidson, los cantantes de música pop, la chaqueta de cuero 3/4…-; del guión de cine para barnizar algunas de las historias de esa atmósfera noir que tanto le fascina; del texto narrativo para exponer, mejor y en más espacio, lo que la brevedad de los bocadillos en las viñetas no le permite; de las leyendas populares para traer al presente esas historias legendarias que han configurado la historia de su país… Una perfección estilística que le permite construir historias sólidamente ensambladas, aunque en un principio parezca que estas no tengan nada que ver entre sí, que golpean emocionalmente al lector como los puños de sus personajes en cualquiera de sus múltiples peleas de bar.
En medio de este desparrame visual, Tim Lane transmite una visión desesperada del mundo -“Su optimismo era como un eco de algo bueno en un mundo perdido”-, adornada con música de jazz, Bruce Sprigsteen, Van Morrison y su “Astral Weeks”, Tom Waits y Los Ramones, entre otros, en lugares míticos como California, la idílica San Francisco…
El trazo y el estilo beben -como el mismo Tim Lane ha expresado en varias entrevistas- de Charles Burns, del realismo sucio de los relatos de Raymond Carver, de la existencia manchada por el polvo del camino de Jack Kerouac, de “The Spirit” de Will Eisner, de viejos cómics de crímenes y de otras múltiples referencias más.
El mito del perdedor, en un país que glorifica el éxito, es la esencia de ese gesto -el viaje como solución redentora- que Tim Lane inicia con un “hobo” -vagabundo del siglo XIX que viajaba como polizón en los trenes de carga- cuyo próximo destino es Baltimore, continúa -sin tener por qué seguir necesariamente este orden- en una camioneta que transita la noche nevada por las carreteras de Iowa, conecta con una vieja y ronrroneante Harley Davidson que se desliza por las rectas y entumecidas carreteras de la imaginaria Circus City, recorre miles de kilómetros junto a desconocidos en los autobuses Greyhaund mientras los personajes reflexionan sobre todo y sobre nada a la vez y observan cómo los paisajes quedan atrás a través del cristal de la ventanilla manchada del polvo de Wyoming y de las huellas de gotas de agua secadas por el sol de Utah. Situaciones y personajes que parecen encontrarse perennemente a la deriva y sin motivos suficientes para detener su viaje definitivamente. Y es que Tim Lane utiliza la excusa del viaje -otro mito americano- como vía exploratoria para la búsqueda de su propia identidad. Sin proponérselo, el autor resume el objetivo de este cómic en esta frase al hilo de las reflexiones sobre las distintas guerras generacionales que han conformado la historia de Estados Unidos: “Mi guerra es una batalla por la identidad”, dice uno de sus personajes.
Todo un muestrario de cultura popular aderezada de alcohol, hierba y canciones en el que destacan chispazos de realidad de un mundo tan actual como históricamente condenado a repetirse: “He estudiado lo suficiente como para ser pobre”.