A estas alturas de la película hablar de Frederik Peeters y referirse por enésima vez a su -justamente- vanagloriada obra ‘Pildoras Azulas’ es hacerle un flaco favor.

Si algo ha demostrado a lo largo de estos años el suizo es que es capaz de eludir la larga sombra de su más aplaudido trabajo a fuerza de despachar cómics del tallaje de ‘RG’, ‘Lupus’ o ‘Koma’. ‘Paquidermo’ es otra prueba más de la buena forma en la que se encuentra y donde por cierto vuelve a quedar patente su enorme versatilidad.

Peeters se atreve con todos los géneros y con todos los cambios de registro que eso conlleva: después de tocar palos tan distintos como el relato autobiográfico, la ciencia ficción o la intriga policiaca ahora se adentra en una fábula onírica situada a medio camino entre las novelas de Raymond Chandler y el cine de Jacques Tourner o de David Lynch.

‘Paquidermo’ posee un extraño atractivo que mantiene en vilo al lector. Arranca de manera espectacular con un elefante atropellado en mitad de una carretera y una mujer que abandona su coche para adentrarse en un bosque y atajar el camino hacia el hospital donde está ingresado su marido. Lo que luego acontece es un desfile de situaciones y personajes perturbadores: unos gemelos con aspecto de feto , un cirujano metido a espía, un hospital que parece un hotel de lujo abandonado…. es en esta enfermiza atmósfera donde deambula perpleja la protagonista, sometida a un vaivén de emociones y encontronazos. La excelente combinación de suspense, intriga situaciones grotescas y sinsentido que magistralmente administra Peeters funciona a las mal maravillas; genera ansiedad en el lector y empuja a una lectura ávida y sin pausa.

En una reciente entrevista para la revista ‘Bodoï’ Peeters daba algunas pistas del origen de esta historia, no tanto para descifrar su sentido (si es que tiene un único sentido, cosa poco probable) si no para conocer las circunstancias en las que se gestó.

Al parecer el grueso de ‘Paquidermo’ nace durante la realización de la serie ‘RG’ (un cómic situado más en la línea de un documental) paralelamente Peeters -quizás para contrarestar las dosis de ‘realidad’ y el encorsetamiento formal que exigía el guión- creó este relato, evitando a toda costa un final cerrado para generar en el lector algo más parecido a una sensación, ‘me gustaría que al cerrar el libro, un fuerte perfume persistiera en el aire..’.
Este salto hacia una narrativa surrealista y sensacionista le ha salido más que bien a un autor que por suerte nos tiene acostumbrados a los cambios y a las gratas sorpresas.
Peeters es de esos que haciendo lo que les da la gana consiguen no decepcionar a sus fieles. Y eso que en esta ocasión el hecho de apostar por un historia de corte freudiano tenía muchos números de acabar en fiasco.