Hace ya más de treinta años de la Guerra de los Balcanes, o al menos de su parte principal, un conflicto que para muchos nos queda como algo relativamente reciente en la memoria y para otros es ya historia. En aquella época había cierto optimismo por estos lares, tiempos de olimpiadas, exposiciones universales…. No hacía mucho que había caído el muro de Berlín (y así se cuenta, el muro cayó, como si no fuese la gente quién lo tirase porque ya estaba podrido). Y como piezas de dominó estalló un conflicto armado, lleno de odio en plena Europa, que dejó paralizados a la sociedad, sin saber cómo reaccionar y que lentamente levantó una reacción internacional, que comparada con las que hoy en día estamos viendo con los conflictos en Ucrania (otra vez Europa) o en Palestina, deja mucho que pensar.

Sento (Vicent Llobell Bisbal, Valencia, 1953) y Elena Uriel (A Coruña, 1954) son sensibles a las guerras, sobre todo a las víctimas que éstas provocan, aquellos que quedan lejos de los relatos oficiales, de los héroes, de las batallas. Las retrataron con el libro del Dr. Uriel (Astiberri, 2017), contando las desventuras de su abuelo, médico en la Guerra Civil. Ahora relatan los recuerdos de infancia de dos niños de 6 y 4 años cuando estalló el conflicto en la ex-Yugoslavia, y se quedaron sin escuela, sin poder aprender a leer, y sin casa, y sin parte de la familia, y sin país, y casi sin comida. Uno de esos niños tuvo la suerte de pasar los veranos en acogida en Valencia con la familia de Sento y Uriel, y mantener el contacto hasta nuestros días, donde Sento y Uriel tienen la ocasión de recoger sus memorias orales de la época y trasladarlas a la historieta, en una época en la que parece más necesario que nunca recordar lo que realmente significan las guerras y sus víctimas, que lo serán para siempre. Ahora parece que aquella guerra sea ya historia para los libros, para otros es todavía memoria de unos tiempos en los que hubo otras respuestas, quizás más viscerales en el cómic, como el Nosotros somos los muertos de Max, o posteriores como los cómics de Joe Sacco sobre el conflicto como Gorazde o El Mediador.

El punto de vista que presenta Días sin escuela es diferente, centrado en esa memoria en primera persona de la infancia en plena guerra, pone el foco de forma diferente, centrándose en las víctimas indirectas, los inocentes, unas memorias que quizás ayuden a empatizar más con las imágenes que nos sacuden diariamente en las noticias. Sento lo hace con un dibujo muy suyo, en esa onda que recuerda muchas influencias de BD francesa, como la de Berberian-Dupuy, pero con un trazo más grueso y menos tramas que en Dr. Uriel, opta por un formato apaisado, similar al de la trilogía de la memoria de Paco Roca, y yuxtapone los colores vivos y variados para el presente de los protagonistas con un tono turquesa monocromo para relatar el pasado. Historia reciente, demasiado reciente como para olvidarla y caer en los mismos errores.