De nuevo estamos inmersos en un conflicto político que toca la vida de las personas corrientes de forma directa y violenta. Las noticias van llenas de imágenes de refugiados huyendo del último conflicto bélico. Y de nuevo en esas imágenes nos golpean las miradas de los niños que tienen que abandonar su infancia. Una experiencia que marcará sus vidas. El efecto de los conflictos en particular y de la política en general es especialmente crítico en los niños. Mostrar su punto de vista es mostrar lo injusto de esas situaciones.

Los tebeos que muestran el enfoque infantil para hablar de regímenes totalitarios son un género en sí mismo, que ha dado grandes obras. Las consecuencias de la política que es una cosa de mayores también afecta a las vidas de los pequeños, que solo pueden ser espectadores y víctimas, su percepción de la realidad es más inocente y permite jugar con ello para presentar los abusos del poder.

Paracuellos – Carlos Giménez

El máximo representante de este planteamiento es Paracuellos (1976), la obra maestra de Carlos Giménez donde relata su experiencia personal y las de sus compañeros en los Hogares de Auxilio Social de la dictadura franquista, una obra llena de momentos tiernos de la infancia pero también de la crueldad y los abusos de los adultos que se supone debían cuidar de ellos.

 

Lo primero que me viene a la mente (2014, Astiberri) de Juaco Vizuete, avanza en el tiempo y se pone en la España de principio de los 80 del siglo pasado, para explicar el paso a la adolescencia del protagonista, hijo de un Guardia Civil justo antes del intento de golpe de estado de 1981. Hay una mezcla de nostalgia y memoria infantil con todas las cosas que estaban cambiando tras la dictadura, pero también una memoria política en torno al golpe. Aunque llena de las experiencias personales de Vizuete esta obra no es autobiográfica. En la misma época se pueden enmarcar las aventuras de El año que vimos nevar de Fermín Solís, donde el ejercicio es más nostálgico con las experiencias del alter ego del autor, Mostaza, personaje que también apareció en la revista Resistencia.

En El cumpleaños de Kim Jong-il (2017, Astiberri) del guionista y periodista Aurélien Ducodray y la dibujante Mélanie Allag especializada en ilustración de prensa y juvenil hacen un cómic de ficción documental para mostrar las penosas condiciones de la vida de la gente corriente en Corea del Norte, más allá del exotismo que a veces se percibe desde Occidente. Para ello utilizan el punto de vista de un niño de 8 años, al inicio como un cuento de fantasía de adoración al líder que se torna en una pesadilla orwelliana.


Marzi
(2006, Norma editorial) de Marzena Sowa y Sylvain Savoia sí es autobiográfico, en la que la guionista explica sus recuerdos de infancia en la Polonia comunista y en la caída del régimen. Con cierta nostalgia, siempre se presenta como una época con felicidad y descubrimiento, memorias a las que se juntan los recuerdos de las limitaciones que se sufrían bajo el comunismo y de las que se es consciente a posteriori.

No puedes besar a quien quieras (2014, La Cúpula) de la misma Marzena Sowa y Sandrine Revel usa la ficción para retratar de nuevo la dureza de los regímenes dictatoriales comunistas, en este caso en plena época estalinista, y como un simple beso entre niños podría tener serias consecuencias políticas.

Otro acercamiento autobiográfico es el que hace Riad Sattouf en El árabe del futuro (2015, Salamandra graphic), donde relata sus experiencias en la Libia de Gadaffi y la Siria de Assad, con un padre convencido en el comunismo panárabe pero con un gran sentido del humor que tiene Sattouf.


Cercanas son las memorias de Brigitte Findakly en las Amapolas de Irak (2016, Astiberri), dibujada por Lewis Trondheim, donde presenta sus experiencias en Mosul antes de la llegada al poder de Sadam Hussein.

Otra infancia francesa es la que retrata Baru en Los años Sputnik (2013, Astiberri), en este caso la vida en un barrio obrero del norte francés a finales de los años 50, con las luchas obreras de fondo y la dicotomía que sufría la sociedad entre el catolicismo y el comunismo que mostraba maravillas como el Sputnik al mundo. Obras que tienen un importante componente político más allá de la simple nostalgia infantil que se puede encontrar en tebeos también fantásticos como El pequeño Christian (2006, Norma editorial) de Blutch.

 

La nostalgia también estaba presente en El año que fuimos campeones (2005, Cabezabajo/Aleta) de Ulf K. que recuerda cómo era jugar al fútbol en la calle cuando Alemania ganó la copa del mundo de los 90, algo que seguro veremos en tebeos hechos por aquí en un futuro no muy lejano. Unos años antes en Alemania se produjo la caída del muro, en el Berlín comunista de esos días se centra la maravillosa Kinderland de Mawil, o como vivieron los niños del este la caída del comunismo y la llegada del capitalismo, una maravilla de tebeo que lamentablemente sigue inédito en castellano a pesar de haber ganado el Max Und Moritz en su país y ser una delicia, pero su extensión parece que asusta a los editores, esperemos que por poco tiempo, es otro buen ejemplo de tebeos con infancia y política.

 

Y estos son solo algunos ejemplos de tebeos donde la mirada infantil se relaciona con la política y los conflictos y que sirven para reflexionar sobre ellos. Hay muchos más, y lamentablemente parece que no dejaremos de tener ejemplos de este género en el futuro