Cuando va a completar su entrenamiento para ser guardabosques, la joven Rose es destinada a un lugar particularmente tranquilo. Allí conoce al pastor de ovejas (y músico) Leone, algo inocente y con la cabeza en las nubes. Aunque empiezan con mal pie, su relación irá creciendo y evolucionando, enriqueciéndose con las experiencias vividas juntos, hasta incluso afectar al destino de Rose. En el dibujo de Una canción para dos encontramos una línea fina y grácil, con una estética a medio camino entre el estilo de Hayao Miyazaki en su trabajo como mangaka y el cómic europeo. K. O’Neill (Nueva Zelanda) usa colores planos y muchas armonías de verdes, azules y lilas en los fondos al aire libre y tonos cálidos para interiores. Gran parte de la historia transcurre en la naturaleza por lo que le autora se deleita con bellos paisajes de bosque, pradera y costa.

Esta línea sencilla y expresiva hace que las figuras humanas se resuelvan sin abigarrar la viñeta. La gestualidad de estos personajes va en concordancia con una historia que es agradable y simpática. Por el tiempo que se toma O’Neill retratando el día a día de Rose y Leone a ratos me recordó a la saga de Terramar de Ursula K. Le Guin, especialmente los
últimos libros.

El último cómic de K. O’Neill es una lectura ligera y tierna. Aunque está dirigida a un público juvenil, Una canción para dos no resulta condescendiente con sus lectores, dejando que saquen sus propias conclusiones. Esta obra resulta ser una delicada historia sobre aprendizaje, cambio y autodescubrimiento con un dibujo precioso.