El camino del artista es un sendero tortuoso y lleno de peligros. ¡Miedos! ¡Inseguridades! ¡Facturas que pagar! Que se lo digan a esos padres que reciben un “mamá, papá, voy a ser artista” como si su descendencia fuera a alistarse a las filas del Estado Islámico. ¡Con lo fácil que sería sacarse una ingeniería o convertirse en abogado, comprarse una casa, un coche y adoptar un perro! Quien elije el camino del arte sabe a lo que se expone: a la miseria más absoluta.
La figura del artista torturado, inseguro de su propio arte, incapaz de hacer algo que no se haya hecho ya y vivir de “lo suyo” sin morir en el intento es una constante, una caricatura del personaje creativo que se repite desde que el hombre y la mujer de las cavernas pintaran un búfalo y les pareciera que el culo era demasiado gordo y se fueran a llorar bajo una roca (esto me lo he inventado, pero ya me entendéis).
Y si no, que se lo digan al artista del título que nos ocupa, una especie de pájaro antropomórfico demacrado que deambula entre exposiciones de amigos artistas a las que no le apetece ir y la sensación continua de ser incapaz de crear nada que valga la pena ser admirado. En The Artist el fracaso no es solo una opción, es la única opción.
La culpable de su desgracia es Anna Haifisch (Leipzig, 1986), que enmarca su vida mediocre (la del bicho, se entiende) en una cuadrícula fija de seis viñetas y una paleta limitada de colores por la que desfilan artistas más o menos amateurs pero siempre insoportables, proyectos innovadores que acaban en desastre, fiestas a las que no apetece ir, vacío existencial y crisis del lienzo en blanco.
Pero ojo, que esto no es un drama. Bueno sí, lo es, pero es un drama muy divertido. Cuanto más patética es la situación a la que se enfrenta El Artista, más divertidas resultan sus páginas. Cuanto peor le va al protagonista, mejor para el lector. La autora se desenvuelve con soltura entre los entresijos del mundo del arte (da miedo pensar lo altamente biográficas que deben ser algunas de ellas), presentando situaciones absurdas rebosantes de humor negro.
Haifisch publicó originalmente estas historias cortas en la web de Vice, dónde si no, y Reservoir Books nos las trajo agrupadas en un pequeño tomo que se devora rápidamente página a página. Un tomo que pasó un poco desapercibido a finales del pasado año entre la habitual avalancha de novedades. Que esta reseña sirva para reivindicar un tebeo que merece muchas lecturas. Si alguna vez has tenido algún tipo de inquietud artística, conectarás con las situaciones que plantea The Artist como quien se mira en un espejo de esos que te dejan el cuerpo deforme. Si no se da el caso pero alguna vez habrías preferido no levantarte de la cama para no tener que enfrentarte al mundo o has sentido cierta fobia social al estar en una cena con gente que te cae regular, no hay duda de que en The Artist también hay algo de nihilismo existencial para ti.
Y si no se cumple ninguno de esos requisitos, enhorabuena. Eres una persona de éxito. Siéntate en tu sofá caro mientras acaricias al perro y disfruta igualmente leyendo mientras piensas “joder, ¿de verdad hay gente así?”. Pues sí, la hay. Larga vida al artista atormentado si su miserable existencia acaba regalándonos obras como esta