Es ver abrirse las puertas de la multinacional Angle Group y sentir que algo va a ir mal. Tratándose del último cómic de Nadia Hafid (Terrassa, 1990), que a lo largo de su obra ha retratado la violencia en sus múltiples facetas (intrafamiliar, social y ahora corporativa), sabemos que algo no funcionará dentro de esta empresa teñida de un rosa perpetuo.

Mal Olor, ganadora del Premio Finestres de Cómic 2024, arranca haciéndonos atravesar unas puertas que no volveremos a cruzar. Hafid nos hace prisioneros de estas cuatro paredes que acabarán funcionando como una cárcel cuando un misterioso olor desencadena un episodio de desconfianza y racismo empresarial.

La línea perfecta y minimalista de la autora, sumada a una limitada paleta de colores pastel, encaja perfectamente con el mundo corporativo de las grandes empresas que retrata. Hafid consigue crear un ambiente claustrofóbico y deshumanizador, una especie de versión rosa del infierno laboral donde todos visten igual por órdenes de la dirección y donde bien podría escucharse aquello de “más que una empresa, somos como una familia”. Parece que el estilo de la autora se haya creado precisamente para describir ese entorno: el de cientos de trabajadores anónimos y alienados que, para colmo, ni siquiera tienen expresiones faciales.

Mal Olor trata el racismo, el corporativismo sin escrúpulos e incluso la violencia estética con el habitual tono visual de la autora. Una superficie en apariencia tranquila, pero bajo la cual hierve la violencia, no física (esa la describía con detalle en la excelente Chacales), sino más soterrada, presente a través de las acciones, los comentarios y las miradas.

Durante toda la obra sobrevuela un ambiente opresivo que puede recordar a una película de serie B híper-estilizada, con ese olor que se extiende y acaba invadiéndolo todo como una masa informe que destruye todo lo que toca.

Hafid no nos lo da todo masticado. Como en todas sus obras, Mal Olor exige la complicidad del lector para rellenar huecos y dar significados. Es tarea nuestra sacar conclusiones en una lectura donde todo parece medido al milímetro, incluidos los diálogos, en los que no sobra ni una palabra. Un trabajo solo al alcance de quien se empeña en pulir su estilo y contar con los recursos esenciales.

En este ámbito, en la síntesis del lenguaje visual, Nadia Hafid se está convirtiendo en toda una maestra. Resulta muy estimulante leer sus obras largas como distintos capítulos de un gran todo con un trasfondo común: la mirada hacia la sociedad y sus fallos, exponiéndolos al lector desnudos de cualquier artificio para que sea él quien saque sus propias conclusiones.

Mal Olor completa, por ahora, esta trilogía que indaga en las imperfecciones de la sociedad con un lenguaje de líneas perfectas. Una aparente contradicción en la que la autora parece sentirse cada vez más cómoda.

Inmigrantes: el blanco del odio y el racismo