Qué bien traído el tema de este cómic biográfico (¿o es ensayístico?). En tiempos pandémicos en los que la vida social prácticamente cerró, y con ella las librerías, un proyecto nacido para amar a la librería con un juego formal travieso y elegante no puede surgir en mejor momento. Reivindiquemos al libro con un libro raro en forma que habla de los lugares propios para los libros.

Walburg & Beach cuenta dos historias que son una reflejo de la otra: las de la librera estadounidense Sylvia Beach (1887-1962) y del historiador alemán Aby Warburg (1866-1929), quienes a principios de s. XX  crearon una librería (Shakespeare & Company en París) y una biblioteca (la Biblioteca Warburg en Hamburgo). Dos ideas renovadoras que refrescaron la idea que por entonces se tenía de ambos espacios. Y por tanto, de paso, la relación del lector con los libros.

Jorge Carrión (1976, Tarragona) ha investigado ambas historias para ofrecer un relato muy documentado. Trasciende el ensayo biográfico convertido en una carta de pasión y apasionamiento por lo literario como un todo de obras y lugares, actitudes, inquietudes, ocios… Y Javier Olivares (1958, Madrid) , de cuya proeza con La cólera (Santiago García y Javier Olivares, Astiberi, 2020) no nos hemos repuesto aún, entrega un nuevo portento narrativo.

Podríamos hablar de las cuidadas tonalidades de su paleta para un “non..stop cómic” o del equilibrio de sus ilustraciones, pero el resumen es obvio: diría que solo en manos de Olivares Warburg & Beach podía alcanzar tales cotas de refinamiento visual. Y si Sylvia Warburg y Aby Beach jugaron con la forma y fondo de sus proyectos, Olivares y Carrión plantean hoy aventuras con el formato. Gran dolor de cabeza para todo etiquetador, si la novela gráfica era un libro en tapa dura de más de 48 páginas auguro ardua tarea para clasificar Walburg & Beach. Eslabón imposible entre el scrolling en pantalla táctil del s. XXI y la secuencia narrativa del tapiz de Bayeux (s. XI), este libro donde forma es también contenido trasciende su clasificación (tampoco imposible, hay precedentes) y se vuelve una experiencia sensorial impactante en manos de, insisto, un Olivares en absoluto estado de gracia.