Le decía Manu Larcenet (Issy-les-Moulineaux, Francia, 1969) a Jordi Caniyssà en una reciente entrevista que en una de las cartas de motivación que le había enviado a Cormac McCarthy (autor de la novela La Carretera) para conseguir los derechos de adaptación del libro le había asegurado que el podía dibujar sus palabras. La Carretera, que le valió el premio Pulitzer en 2007 a McCarthy, es una obra de una potencia descomunal que evoca fácilmente imágenes, es un libro muy cinematográfico. De hecho la adaptación al cine se realizó al cabo de un par de años de publicarse el libro. Sin tratar de desmerecerla, me atrevería a decir que la traslación al cómic que ha firmado Larcenet evoca con mayor rigor y contundencia el ambiente de esta -ya de por si desoladora- historia postapocalíptica.
En la adaptación de Larcenet resuenan ecos del trazo grueso y vigoroso del mejor Frank Miller y de maestros del bitono como Muñoz. Sorprendre técnicamente aún más al saber que la integrad de la obra se ha realizado en soporte digital. Entre los esfuerzos de Larcenet por aferrarse a la narración de McCarthy destaca un abuso del detalle en cada una de las 1400 viñetas que conforman la obra, con la intención de obligar al lector a dedicarle un tiempo para descifrar cada una de ellas. Seguramente a eso se refería Larcenet cuando afirmaba que el podía dibujar sus palabras. Destaca también la paleta de grises; el autor ha empleado hasta 14 tonalidades distintas para evocar los paisajes brumosos y calcinados de esta desconsoladora epopeya con tintes bíblicos de un padre y un hijo que vagan por una tierra devastada y deshumanizada.
Al igual que sucedía con la excelente adaptación del Informe Brodeck (2017, Norma editorial) de Philippe Claudel, Larcenet apela aquí a su vertiente más realista, alejada por completo de obras como Los combates cotidianos o el más reciente Terapia de Grupo (2024, Norma editorial). Larcenet es de los pocos autores capaces de modelar y dar un giro diametral a su trazo y dibujo en función del tono de la obra. Un suerte de virtuosismo que lejos del exhibicionismo busca siempre ponerse al servicio de la historia.