Trabajar en sí ya es una movida gorda, pero trabajar en un país extranjero siendo inmigrante ilegal es una movida gordísima. Y si no, que se lo pregunten a Daria Bogdanska (Polonia, Varsovia, 1988), que se mudó a Suecia para ir a una escuela de arte y se encontró sin papeles y sin dinero. Para ganarse la vida empieza a trabajar en un restaurante indio como camarera. Sin embargo, el dueño del local se aprovecha de su vulnerabilidad legal y le paga poco y mal. Daria, cansada de la situación, decide aliarse con el resto de empleados del restaurante y apuntarse a un sindicato para intentar hacer frente a las injusticias laborales.
A grandes rasgos esta sería la temática principal de Esclavos del trabajo, un cómic autobiográfico en el que la autora cuenta sus desventuras como emigrante polaca en Suecia. No os voy a mentir, este cómic es muy agobiante. Daria tiene que hacer malabares para conciliar un trabajo agotador y mal pagado con sus estudios en una escuela de cómic y una relación amorosa que cada vez va a peor. A pesar de todo es una lectura esperanzadora, más aún teniendo en cuenta la velocidad a la que se están endureciendo las condiciones laborales.
La estética de Esclavos del trabajo es cruda, con dibujos en blanco y negro de aspecto abocetado y poco precisos (como una versión desaliñada de Persépolis). Las viñetas suelen ser pequeñas y el texto se apiña en los bocadillos. Sin embargo, en mi opinión, es la mejor manera de contar lo que cuenta. Como si no tuviera tiempo de pararse a hacer fondos elaborados o una anatomía compleja porque es mucho más importante el mensaje que la forma.
Esclavos del trabajo es una lectura dura y te mueres de la rabia ante la impotencia por las injusticias que sufre la protagonista. Pero también es honesta y una denuncia muy importante ante los abusos laborales, especialmente a los más vulnerables. Algo que, desgraciadamente, cada vez es más común.