Hace algo más de diez años leí El eternauta (el dibujado por Solano López (Buenos Aires, Argentina, 1928 – Buenos Aires, Argentina, 2011)), con ánimo de tachar una cuenta pendiente en mi lista de clásicos reconocidos, y aún hoy me asombro de lo mucho que me capturó su lectura. Hasta el punto que tendría que estar hablando de la versión de 1969 y aquí estoy con ella. Me sorprendió como un tebeo de raíces clásicas, de los cincuenta, una cifi de invasiones alienígenas me atrapase tanto. A mí, ya en los dosmiles, sin ser argentino. La obra se permeaba de un mágico detenimiento en cada situación, que ponía la piel de gallina. Creo que las claves (al menos las iniciales) de El eternauta residían en su cercanía (los protagonistas son hombres corrientes y aun con Salvo a la cabeza son varios (“el heroe colectivo”)) y en el tratamiento de lo anómalo y lo terrible, de forma esquiva.
Llegado a este punto puedo a empezar a hablar de la versión dibujada por Alberto Breccia (Montevideo, Uruguay, 1919 – Buenos Aires, 1993). Esta peca de celeridad en el despliegue argumental, en parte seguramente por ser una historia ya sabida y en parte, luego, por el descontento del público. Es en su plano visual donde resulta desbordante, el Breccia más experimental haciendo uso de todos los recursos que se le ocurrían precisamente para hacer despegar la atmósfera de anomalía de la obra. Nieves letales, criaturas del espacio exterior. Breccia le daba a la historia una atmósfera más enrarecida, sin dar apenas descanso al lector.
Leer hoy esta versión de 1969 me congratula por seguir leyendo los cómics pendientes que aún tengo de Breccia cuya lista de grandes obras es larga. Sin embargo, siendo este un cómic a enmarcar (y a reivindicar) la original resiste y se alza aún por encima, si bien ambas permiten sostener que una misma historia funciona tanto desde la estilística y la narrativa clásica como desde lo experimental. Y justamente que eso se ejecute desde el mismo relato, se podría decir que ayuda a emplazar el momento histórico en el que clasicismo y experimentación formal se tocaron cordialmente, aun con los prejuicios del público.