Los grandes genios de la ficción distópica, Philip K. Dick, Ray Bradbury o J.G. Ballard coinciden en su capacidad para poner de relieve mediante futuribles (a priori) extremos la enorme fragilidad sobre la que se cimenta la estructura social a la que pertenecemos los individuos de las llamadas sociedades del bienestar. La premisa de estos relatos futuristas suele ser la de una sociedad super avanzada en la que cualquier atisbo o relación con el presente del lector queda superado por la ultramodernidad excesiva de la ficción que se le presenta. Pero en breve surgen los tics y la presencia de rastros comunes; situaciones familiares fácilmente identificables. La genialidad de los autores citados radica en eso: en que son capaces de desmantelar y poner patas arriba nuestra configuración del realidad más cercana a través del tan manido “En un futuro lejano…”

Con a penas dos trabajos largos publicados hasta la fecha: Adastrée y la Belle Mort -por cierto este último ahora rescatado en el mercado norteamericano y también reditado en Francia- Mathieu Bablet (Luxeuil-les-Bains, Francia, 29 de octubre de 1983) consigue provocar con Shangri-la esa sensación de vertiginosa fragilidad y esa angustia metafísica que tan solo la buena ciencia ficción es capaz de despertar en el lector.
Son varios los elementos que convierten a este cómic en una obra de una perfección deslumbrante.El contexto donde transcurre está magistralmente planteado. Un rasgo muy común y casi una seña de identidad de Bablet que suele situar a sus protagonistas rodeados por la presencia de arquitecturas de una rotundidad imponente; ya sean edificios, naves espaciales, paisajes post-industriales o naturalezas agrestes. Gigantescas estructuras en las que se pierde casi de vista el rastro humano. La personalidad de los personajes posee las dosis justas de empatía, misterio o incertidumbre que permiten enganchar a lector. Los diálogos van de la parquedad de palabras a las frases grandilocuentes, sin que estas últimas resulten ni extremadamente cursis ni demasiado pretenciosas. El guión, basado en una idea principal que puede parecer a bote pronto poco original, está perfectamente trenzado. La parte más centrada en las conjeturas científicas no cae en el error de resultar demasiado técnica o compleja. A todas estas virtudes hay que añadir el excelente dibujo y el sorprendente trabajo de color que sin caer en el recurso fácil de buscar la identificación de la tensión narrativa con determinados tonos encierra aún así una inquietante gradación cromática.

Seleccionado en la última edición del Festival de Angoulême como uno de los candidatos a llevarse el premio al mejor álbum Shangri-la es un trabajo que sin proponer ninguna ruptura estética o novedad dentro del género (ciencia ficción) y del medio (el cómic) es capaz de sorprender. Una obra de una robustez formal, estructural y narrativa abrumadora. Un cómic en el que su joven autor hace gala de una sorprendente madurez de oficio. Demostrando que no hace falta inventar la rueda para facturar un trabajo de gran calado. Imprescindible.