La ficción, y ahora también la realidad, aunque en menor medida, nos ha venido familiarizando con las diferentes versiones del apocalipsis. Y entre invasiones extraterrestres, catástrofes climáticas y epidemias mortales, hemos ido evolucionando hacia una raza de lectores difícil de sorprender.

Tal vez por eso, la intención de Diego Agrimbau (Buenos Aires, 1975) y de Lucas Varela (Buenos Aires, 1971) en El humano no es la de asombrarnos. La meta que se fijan es bastante más modesta, pero no por ello fácil de alcanzar. Pretenden simplemente especular acerca de algunas de las posibles consecuencias a larguísimo plazo de nuestro actual comportamiento como especie. Hacen un cálculo aproximado y subjetivo de dónde podríamos acabar, obteniendo un resultado, cuanto menos, preocupante, para nosotros y para quienes nos rodean.

Siguiendo el rastro de una expedición científica que viaja en el tiempo, Varela –que ya había dado muestras de cuan desconcertante puede ser el porvenir en El día más largo del futuro– y Agrimbau, perfectamente sincronizados, plantean una serie de cuestiones morales y éticas que no tienen una respuesta sencilla y demuestran que el pleno control tecnológico no significa de inmediato un futuro más brillante ni tampoco el fin de nuestra mezquindad.