El terror construido por Shirley Jackson se suele basar en una situación aparentemente normal pero que no acaba de funcionar. Sus relatos tienen un corte costumbrista y pausado y no hay acción salvo en momentos muy puntuales que coinciden con el clímax. Pero, precisamente, es esta calma la que pone de los nervios a la persona que está leyendo, la sensación de que algo terrible pasará en cualquier momento y resulta imposible de predecir cuándo o cómo sucederá.
La Lotería es un cuento publicado en The New Yorker en 1948, aunque su recibimiento trajo consigo protestas y cancelaciones de la suscripción al periódico, actualmente es uno de los relatos cortos de terror más populares. Casi setenta años más tarde Miles Hyman (1962, Bennington, Estados Unidos) adaptó a cómic el relato de su abuela, transmitiendo esa sensación incómoda a un formato gráfico. Como el resto de la obra de Shirley, La Lotería tiene una narrativa lenta y durante la mayor parte de las páginas se describen cuidadosamente las acciones de los personajes. En el cómic esto se traduce en imágenes estáticas, composiciones de páginas sencillas y el uso abundante de los primeros planos. Casi no hay texto y el estilo de dibujo es realista, con sombras duras, semejante a las fotografías antiguas.
Prácticamente no hay presentación de personajes (a pesar de que al principio se nos muestre la cara y el nombre de los principales), tampoco se nos da mayor explicación ni justificación a nada. La frialdad y el distanciamiento a la hora de plasmar los hechos hace que la lectura sea aún más desagradable. No hay (aparentemente) ningún tipo de juicio por parte de los autores sobre lo que ocurre, simplemente se nos deja a merced de una realidad horrible.
No es de extrañar que los lectores se enfadaran con Shirley Jackson. El cuento trata sobre lo malas que pueden llegar a ser las tradiciones y a la vez la imposibilidad de huir de ellas por ser lo que se lleva haciendo toda la vida. De hecho, los propios personajes se indignan ante la idea de eliminar la tradición más importante del pueblo. El hecho de que la propia Shirley ya incluyera la reacción al relato en el propio relato antes de que se publicara es razón de más para darnos cuenta de que estamos ante una obra maestra.