Seth (Gregory Gallant, Clinton, Ontario, 1962) ya miraba de reojo escaparates dejados a su suerte en La vida es buena si no te rindes (1996), la novela gráfica donde el impulso de investigador le conducía a perseguir los rastros del ficticio dibujante Kalo. Ahora -o más bien en 1995-, el gesto de “¿qué habrá sido de…?” le lleva a entrarse y a quedarse un buen rato en el edificio tras el escaparate de Clyde Fans, un antiguo negocio de ventiladores que tuvo que cerrar puertas y que su aspecto ha quedado atrapado en los años 60 y, con él, las vidas de sus propietarios Abe y Simon.
Ventiladores Clyde no es la última obra de Seth; es más bien un libro tardío que, de hecho, contaba con ser el segundo. Desde que Seth observó los retratos de los dos hermanos que haría protagonistas han pasado más de 20 años para tener hoy la novela gráfica acabada y editada íntegramente por Drawn & Quarterly, el sello editorial en el que el autor canadiense publica su proyecto Palookaville, y en España por Salamandra Graphic. Una esperada pieza con el resultado cuidado de una edición de coleccionista.
El momento revelador le hizo dar con el argumento, pero el proceso del dibujo ha hecho de la obra una carrera de fondo; una pieza cambiante con el tiempo que reúne el valor de la decisión gráfica de cada momento. Lo que parece un esfuerzo titánico no se traslada en un desgaste en la pieza, sino en una permeabilidad con la madurez del dibujante, su lenguaje y estrategias narrativas, que han ido sofisticandose. Sin embargo, queda intacta la clarividencia en la trama y el cometido de Seth con el duotono de tintas negras y azules y, por supuesto, con su tema: la nostalgia, el tiempo y la memoria. Richard McGuire o Chris Warecomparten la fijación en los espacios con Seth, que se pasea gráficamente por interiores y exteriores observando detalles con la tranquilidad de Jon McNaught y con distribuciones que recuerdan a las viñetas de Frank King en Gasoline Alley.
Un monólogo de Abe -el hermano rudo, el comerciante- da un comienzo teatral a lo que será la introspección a caballo de los dos hermanos a la espera de un diálogo: un encuentro en medio de su soledad compartida, como la relación entre Martha y George en ¿Quién teme a Virginia Woolf? (Edward Albee, 1962). Ventiladores Clydeconcentra la intensidad fuera de la acción, que no llega, sino que se despliega a partir de conocer lentamente a Simon y a Abe en diferentes saltos de tiempo, capitulados y explicativos, y activando desde la memoria los objetos de la oficina, los espacios y las relaciones con sus inquilinos. Seth no hace una arqueología de los objetos, sino que realiza más bien la tarea de un escenógrafo, dejando claro que la memoria no es un dominio de la realidad, sino que es la elección y el montaje de imágenes lo que hace algo dramático y memorable.
Éxito y fracaso, interior y exterior, realidad y ficción, la arrogancia de Abe y el introvertido carácter de Simon… Son los opuestos que Simon dinamita en un viaje con un resultado poco nítido, en el cual lugares imaginarios de estrambóticas postales pueden parecer más familiares que las calles de un pequeño y viejo conocido pueblo como Dominion; una grieta inaccesible puede llegar a conectar el interior con el exterior físico y emocional, y una sombra breve puede inaugurar un momento de lucidez.
La hostilidad o la euforia de estar lejos del caparazón de Clyde Fans ya no es una cuestión de lugar. Tampoco lo es ya la distancia, que deja de ser una cuestión de kilómetros para ser un problema de tiempo cuando Simon ve como su madre va alejándose por demencia. La actitud ante el paso del tiempo y la vida se balancea entre la indiferente perseverancia de Abe y la negativa de Simon de participar en ella. Es inevitable no pensar en el “preferiría no hacerlo” de Herman Melville o en la novelista Anita Brookner, un referente transversal de Seth por tratar literariamente la pérdida, la soledad y la adaptación social.
La anécdota del escaparate pareció tirar la primera piedra de Ventiladores Clyde, la “novela gráfica en imágenes de Seth” que se estiraría a un ritmo poco comercial, también en la historia. Pero rápidamente uno intuye que no es una ocurrencia, como tampoco lo es la ficción tras las vidas de Simon y Abe. Ventiladores Clyde es parte de un cuerpo de proyectos de estudio y unos temas que envuelven a Seth en una estética integrada por instalaciones, maquetas, música y él mismo como autor-personaje y con apuntes autobiográficos, como la relación con su madre. Seth hace de su trabajo un inventario cuidado, propio de un miniaturista o coleccionista que, con su propios clásicos, homenajea a sus padres conceptuales y que, además, sin querer ni creer hacer escuela, consigue cambiar la experiencia lectora de cualquier que se hace con un libro suyo.