“Cuando no existe la necesidad vital de que se suprima el trabajo, cuando, por el contrario, existe la necesidad de continuación del trabajo hasta cuando éste deja de ser socialmente necesario; cuando no hay necesidad de gozar, de ser feliz con la conciencia tranquila, sino la necesidad de ganarlo y merecerlo todo en una vida que es todo lo miserable que se puede imaginar; cuando esas necesidades vitales no existen o, existiendo, son apagadas por las necesidades represivas, entonces lo único que se puede esperar de las nuevas posibilidades técnicas es efectivamente que se conviertan en posibilidades de la represión” (Herbert Marcuse en El Final de la Utopía)

Ichiro deja su trabajo en un estudio de animación en pleno boom de la indústria del anime televisivo, un trabajo alienante –”me gustaría dejar de calcar”, dice- y muy mal pagado –“todo el mundo se pasa al manga porque el anime no da para comer”, se dice en otro momento del cómic-. Justo entonces empieza a intimar con Sachiko, también trabajadora de ese mismo estudio, a quien sus padres quieren casar con un desconocido.

Así empieza Elegía en rojo, una de las obras maestras del manga alternativo. Seiichi Hayashi (1945, Manchuria) la publicó por entregas en la prestigiosa revista Garo a principios de los 70 en un estado parecido al del protagonista –”Me ganaba la vida con la animación hasta que de repente quise empezar a hacer manga. Puede que quisiera contar lo que fuera que quisiese contar”, explicaba en The Comics Journal-, de un trabajo creativo a otro intentando encontrar una voz propia que se consolidó definitivamente en este tomo.

Lo primero que llama la atención en Elegía en rojo es la forma: un dibujo animado sin cabeza convenciendo a su protagonista de lo mal pagado que está su oficio, diálogos sobre celuloide, una luna angustiada, tendederos con ropa secándose al fresco. La narración se fragmenta, cambia el punto de vista, basculando entre la poesía y lo cotidiano como en una coctelera en la que se mezclan Godard, Robbe-Grillet y la Duras. No siempre es fácil saber quién está hablando pero el sentido prevalece. Una relación nueva acechada por problemas laborales y familiares.

Bajo esta premisa todo parece abocado al fracaso. La precariedad atraviesa a Ichiro y a Sachiko, que a veces usan el exceso de trabajo como parapeto para no acabar de afrontar sus problemas. Los ejemplos familiares tampoco parecen vaticinar un futuro demasiado mejor. Sin embargo al contrario que alguno de sus referentes más claros -en la fecha de la edición original de este cómic Godard ya había estrenado La Chinoise y formado el colectivo Dziga Vertov– Seiichi Hayashi aborda lo político sin grandes arengas, sólo (¡cómo si fuera poco!) vemos las consecuencias de la explotación y la ruptura generacional. Puede que esa sea una de las razones que mantenga su Elegía en rojo tan fresca 50 años más tarde, pero no la única. Sus experimentos formales se aguantan intactos, creciendo en cada relectura, imprimiendo un ritmo elástico a la lectura que la hace modernísima todavía hoy. Completa el libro Un corazón del color de las flores del cerezo, una historia corta alrededor de una obsesión erotico-moral bastante perfecta si os gusta cerrar un libro con la tripa algo revuelta.

hayashi1