A la mayoría de nosotros nos cuesta horrores reconocernos en una fotografía. Tenemos construida una imagen propia que no acaba de corresponderse con la auténtica. Es más que probable, de hecho, que sean los demás quienes nos perciban como realmente somos.

Ese mismo mecanismo de apreciación (o de autoengaño) provoca también que evoquemos lo ocurrido de manera sesgada, que lo interpretemos, añadiéndole detalles o restándole componentes. Puede que las personas que compartieron esos momentos no los registraran de la misma manera. ¿Quién tiene entonces razón? ¿Maggie o Hopey?

El pasado es un material peligrosamente maleable, que al mismo tiempo puede acabar con una antigua amistad o aclarar un malentendido. En manos de Jaime Hernandez lo es todavía más. Su manera de hacer tebeos parece tan sencilla porque es totalmente natural, sin aditivos ni conservantes. Se limita –forma verbal que no se corresponde precisamente con dicha capacidad- a reflejar el paso del tiempo en unos personajes que siguen creciendo, restándole además gravedad con salidas de tono netamente caricaturescas que delatan venerables influencias. Igual de viejas que los recuerdos que ahora saca a colación.

Afortunadamente, a Xaime –y perdónenme el exceso de confianza – le quedan cosas por contar.